El Colombiano

EL COMBATE

- Por JUAN JOSÉ HOYOS redaccio@elcolombia­no.com.co

Voy a contarles una historia. Llamémosla mi historia. Nací en la década del cincuenta en una familia de campesinos del oriente de Antioquia. Mi abuelo materno era músico y maestro. Mi abuelo paterno también era maestro y dedicó su vida a formar maestros. Era conservado­r en el buen sentido de la palabra: sentía como iguales a los que eran distintos y respetaba su forma de pensar. Todos sus hijos fueron liberales. Él los respetó no solo en su elección política, sino en su forma de ver la vida. Uno de ellos fue Mario Hoyos, mi padre. En 1934, se casó con Ana Luzmila Naranjo. Él tuvo muchos oficios: fue alcalde, músico, secretario de juzgado, comerciant­e y dirigente liberal. En 1944, cuando un grupo conservado­r liderado por

Laureano Gómez, con la ayuda de nazis alemanes, intentó dar un golpe de Estado contra el presidente Alfonso López Pu

marejo, mi padre estaba en Puerto Berrío, en el río Magdalena, y había fundado un periódico llamado El Combate. Desde sus páginas luchó por defender la libertad. En 1948, mataron a Gaitán. Ese crimen cambió para siempre la historia de nuestro país. También, la de mi padre. Su negocio quebró. Un remolcador suyo que navegaba por el río Magdalena se hundió y el otro se incendió. Un hijo suyo, recién nacido, murió. Él, derrotado por la vida, vino a parar a Medellín con mi madre y sus pequeños hijos.

Puerto Berrío se alzó en armas y se declaró república independie­nte. Los aviones del gobierno bombardear­on el pueblo. Mi padre se salvó de morir gracias a su desgracia.

Yo nací cinco años después en un barrio popular de Medellín lleno de refugiados. Allí escuché esta historia en las voces amorosas de mi padre, mi madre y mi hermana Lila.

Cuando aprendí a leer, yo esperaba a mi padre todas las noches. Él llegaba con los bolsillos de su gabardina llenos de periódicos. Yo se los sacaba y lo acompañaba, leyéndolos, mientras él comía. Después, se los devolvía y él, ya en su cama, se ponía a leerlos. Esta pequeña ceremonia de cada noche cambió mi vida.

Cuando acabé el bachillera­to, decidí estudiar periodismo en la Universida­d de Antioquia. Luego, empecé a trabajar en el periódico El Tiempo. En 1985 me retiré para vincularme a mi Universida­d al oficio de formar periodista­s jóvenes.

El resto de mi historia es corta. Seguí escribiend­o libros. En el año 2003 regresé al periodismo y entré a trabajar como columnista a El Colombiano, convencido de que como decía el escritor Albert

Camus este es el oficio más bello del mundo. Camus empezó a trabajar en el periodismo desde los 25 años, en Argelia. Entonces era un joven escritor desconocid­o y estaba enfermo de tuberculos­is.

Años más tarde fue redactor jefe de Combate, el diario clan- destino de la resistenci­a francesa durante la ocupación nazi, en la Segunda Guerra Mundial. Combate, una palabra cavada en mi vida como un abismo desde que mi padre la eligió para darle nombre a su periódico.

Cuentan los compañeros de Camus que una noche, después de una larga jornada, cuando estaban tomándose unas copas luego de dejar la edición del día siguiente en los talleres de impresión, él gritó, entusiasma­do: “¡El periodismo es el oficio más bello del mundo!”. Y los invitó a brindar.

En sus artículos publicados en Combate, Camus decía que la misión del periodismo es ayudar al público a “comprender” -y no solo a conocer- lo que está ocurriendo.

Para Camus el periodista es, ante todo, un ser humano, dotado de ideas y sentimient­os y comprometi­do con los hombres: es la voz de la humanidad que no puede hablar en voz alta.

¿No es esta una razón suficiente para decir que es el oficio más bello del mundo?

Para Camus el periodista es la voz de la humanidad que no puede hablar en voz alta. ¿No es esta una razón suficiente para decir que es el oficio más bello del mundo?

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