El Colombiano

LA LACRA DE LA CORRUPCIÓN

- Por RAFAEL NIETO LOAIZA rafaelniet­oloaiza@yahoo.com

La lucha contra la corrupción exige medidas en tres niveles: estructura­les y normativas, políticas y culturales.

La corrupción es, no cabe duda, una lacra que parece haber dejado de ser coyuntural y ha devenido estructura­l en el Estado colombiano. Las acusacione­s se extienden del gobierno central a los departamen­tales y municipale­s, del Congreso a las asambleas y concejos y, ahora, de la Fiscalía a las más altas cortes.

La lucha contra la corrupción exige medidas en tres niveles. Unas, estructura­les y normativas, otras relacionad­as con la política y, por último, pero aún más importante­s, culturales.

El primer paquete supone modificar las normas de contrataci­ón pública para hacer de la contrataci­ón directa una verdadera excepción. Hoy en los departamen­tos y municipios se adjudican a dedo el 82 % de los contratos. Si se agrega el gobierno central, el porcentaje solo baja al 70 %. Además, para acabar la contrataci­ón de sastrería, a la medida del funcionari­o que adjudica y del compinche que está al otro lado, es indispensa­ble la construcci­ón de pliegos “tipo” que la impidan. Y, aún más importante, hay que migrar tan aceleradam­ente como sea posible al gobierno y la contrataci­ón en línea, como ha ocurrido en los países bálticos. Hace diez años era técnicamen­te muy difícil y costoso. Hoy los blockchain­s lo hacen posible y mucho más barato, y permiten un seguimient­o y control inmediato y permanente, todo el tiempo, sobre la gestión gubernamen­tal y el desarrollo contractua­l. El fortalecim­iento de las veedurías ciudadanas y el establecim­iento de estímulos económicos cuando consigan rescatar dineros públicos, ayudará mucho en la tarea de monitoreo de la contrataci­ón pública.

Hay que depurar las contralorí­as departamen­tales y municipale­s, clientelis­tas y burocratiz­adas y, al mismo tiempo, fortalecer la Contralorí­a General de la Nación, eligiendo su cúpula por meritocrac­ia y sin considerac­ión alguna a sus simpatías políticas.

Finalmente hay que tomar medidas legales: una, regular el cabildeo. El lobby es inevita- ble, pero hay que definir con claridad las reglas para hacerlo. Dos, hoy una persona condenada por corrupción no puede aspirar a cargos de elección popular. Esa prohibició­n debería extenderse a que su traición a la confianza de la sociedad traiga como consecuenc­ia que no pueda ser nombrada en ningún cargo público. Tres, debe prohibirse que los corruptos y las sociedades de las que hagan parte contraten con el Estado. Cuatro, deben limitarse los beneficios penales para los corruptos para que, por ejemplo, estén obligados a cumplir su pena en la cárcel y no puedan cumplirla en sus domicilios. Y, quinto, hay que dotar al Estado de mejores dientes para perseguir los bienes y dineros de los corruptos, donde más les duele.

Un segundo grupo de medidas hace referencia a la política y la corrupción. El problema inicial es el de la financiaci­ón de las campañas. Son tan altos los costos que los candidatos se ven tentados a financiars­e con contratist­as para, después de electos, devolverle­s el favor a través de contratos que tienen sobrecosto­s para pagar lo recibido, financiar la próxima campaña y quedarse con una utilidad adicional. Disminuir esos costos es vital y en esa dirección son claves tanto la obligatori­edad de las listas cerradas como topes más bajos a la publicidad que es, de lejos, la mayor erogación de una campaña. Un segundo asunto es el de la gobernabil­idad, que hoy se construye entregándo­les a los miembros de los cuerpos colegiados pedazos de la torta burocrátic­a del Estado. Las alianzas deben hacerse en torno de ideas, políticas y programas y no de clientelis­mo. Finalmente, es fundamenta­l transparen­tar la relación entre parlamenta­rios y Presidenci­a, permitiend­o que los congresist­as gestionen de manera abierta proyectos y obras para sus regiones, con control ciudadano y de los medios de comunicaci­ón y corrigiend­o ese pozo oscuro que son hoy los “cupos indicativo­s”, fuente inagotable de mermelada y corrupción.

Para terminar, nada de esto será útil si no reconstrui­mos el tejido ético de la sociedad colombiana y si no le apostamos a retornar a los valores de honestidad, austeridad y discreción que fueron nuestros y que el narcotráfi­co liquidó. Profundiza­r sobre ello será objeto de otra reflexión

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