El Colombiano

LA CORTE DE LOS MILAGROS

- Por FERNANDO VELÁSQUEZ fernandove­lasquez55@gmail.com

En 2001 se inauguró la Plaza Botero donde hoy se aposentan veintitrés esculturas del pintor y entallador que le da su nombre, situada justo al lado del viejo Palacio de Calibío; con ese escenario se buscaba, durante la Administra­ción del alcalde Juan Gómez

Martínez, no solo dotar a la urbe de un sitio de recreo que atrajera a los amantes de las más sensibles creaciones humanas de todos los rincones, sino brindarle un marco espacial idóneo al Museo de Antioquia en su nueva sede (el restaurado y antiguo Palacio Municipal).

Un centro que acaba de cumplir ciento ochenta y seis años de vida y, gracias a su colección que frisa las cinco mil piezas, es un testimonio que da cuenta del devenir del pueblo antioqueño; dentro de sus muchos atractivos aparecen las obras donadas a la ciudad con un inmenso cariño por

Fernando Botero durante los últimos cuarenta años, incluida su hermosa colección llamada Vía Crucis, compuesta por veintisiet­e pinturas al óleo y treinta y cuatro dibujos, que estos días está en exhibición.

Sin embargo, ese lugar proyectado por los dignatario­s de entonces para el necesario encuentro con el arte y la cultura se ha malogrado y su actual situación es deplorable; por doquier aparecen prostituta­s, mendigos, estafadore­s, ladrones, borrachos o drogados tirados en el piso a pleno sol del mediodía, vendedores ambulantes, etc. A decir verdad, la zona se parece mucho a una Corte de los Milagros como la descrita por

Víctor Hugo en su libro “Nuestra Señora de París”, esto es, una “ciudad de ladrones, horrible verruga…, cloaca de donde salía cada mañana para volver a esconderse por la noche ese torrente de vicios de mendicidad y de miseria, que siempre existe en las calles de las grandes urbes”.

Y añádase con él: una “colmena monstruosa a la que volvían por la noche, con su botín, todos los zánganos del orden social; falso hospital en donde el bohemio, el fraile renegado, el estudiante perdido, los indeseable­s de todas las nacionalid­ades…de todas las religiones…cubiertos de llagas simuladas, mendigos de día que son bandidos por las noches”. Y ese deprimente espectácul­o, ya no en la París amada, se repite aquí ante los ojos de todos.

Por supuesto, llama la atención la indiferenc­ia de los gobernante­s al respecto quienes solo hacen proclamas y no realizan hechos concretos para transforma­r esa dura realidad; ellos saben muy bien que apersonars­e de causas como esas no da votos ni ayuda a construir rentables capitales políticos. Por eso, la Plaza Botero que debiera ser una reluciente y atractiva tacita de plata (como todo el centro de la ciudad), es ahora un monumento al abandono que produce fastidio y una sensación de dejadez e insegurida­d que no anima a los visitantes interesado­s, cosa que también sucede en áreas como el Parque Lleras y sus alrededore­s tomadas por los patrocinad­ores del turismo sexual, la pornografí­a, el proxenetis­mo, el tráfico de sustancias ilegales, etc.

Aquí, quien lo creyera, son más trascenden­tales las arengas charlatana­s como aquellas difundidas por la pasada administra­ción municipal según las cuales ésta es una ciudad campeona mundial de la innovación, ante la cual todos los humanos deben arrodillar­se para venerarla; puros discursos hueros de politiquer­os producidos para atraer incautos y con los cuales se burlan de los pueblos y su historia.

En fin, queda bien claro, los valores artísticos poco importan porque se privilegia el dinero fácil; por eso, se le da cálida bienvenida a viajeros que atraen el desenfreno y la desfachate­z y poco se hace por quienes buscan otros horizontes y, de verdad, llevan la sabiduría en sus venas. Así las cosas, la miopía existente es de tal envergadur­a que ella impide rendirle un verdadero tributo de admiración a quien hace ochenta y cinco años vino aquí a la vida, para llenar los museos y las calles de todo el planeta de color, originalid­ad, gracia y genialidad

La Plaza Botero, que debiera ser una reluciente y atractiva tacita de plata, es ahora un monumento al abandono.

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