El Colombiano

Esas materias que se fueron, y otras que vendrán

Latín, Griego, Cívica y Urbanidad, Catecismo, Costura e Historia son algunas de las asignatura­s que han ocupado el horario de clases.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Con v van aluvión, mover, aleve/ Desvanecer, agravio y atavío,/ Maravedí, desvencija­r, relieve,/ Aseverar, averno, desvarío,/ Aviar, úvea, averiguar, ávido, larva,/ Avispa, avilantez, avizor, parva.

Estos eran algunos de los versos que Lucila González de Chaves le escuchaba repetir a su abuelo. Hacen parte de los Tratados de ortología y ortografía de la lengua castellana, de José Manuel Marroquín. Con ese libro enseñaban ortografía hace tiempos.

“Si yo nací en el año 1 de la Era Cristiana —bromea Lucila, entonces, usted se imaginará que mi abuelo fue Noé—”.

No podemos seguirle la corriente de sus juegos en este caso, si queremos darnos cuenta cuándo dictaban ortografía con este método creado por el autor del poemario La perrilla.

La primera edición de ese volumen se realizó en Nueva York en 1881. La maestra González de Chaves nació en Medellín en 1927. Su abuelo —quien ayudó a criarla en Titiribí, adonde ella fue a parar con su mamá, tras la muerte de su padre en 1930, por un accidente ferroviari­o—, debió haber nacido unos años antes del siglo XX. Debe haber estudiado en los Tratados de Ortología y Ortografía alrededor de 1900.

Este dato nos permite introducir­nos en el tema: asignatura­s que han hecho parte del plan de estudios de primaria y bachillera­to y han desapareci­do en el tiempo.

Astete y Carreño

No es nostalgia, sino la necesidad de revisar este tema de los cambios en el pénsum, que se han dado durante toda la historia de los sistemas educativos cuyo origen, en el mundo, se remonta a los antiguos egipcios y, en Colombia, a la República, cuando Francisco de Paula Santander le dio forma. Las modificaci­ones en el pénsum van asociadas a las transforma­ciones sociales.

Además de Lucila, hablamos con el caricaturi­sta Elkin Obregón y el escritor y periodista Juan José García Posada. Ellos dan sus testimonio­s sobre asignatura­s que recibieron y a veces opinan que deberían regresar algunas de ellas, pero no porque crean que, como dice el poeta español del siglo XV Jorge Manrique en su extenso poema Coplas a la muerte de su padre, todo tiempo pasado fue mejor y que el presente debe ser una repetición de aquel. No.

Lo dicen porque consideran que, con un enfoque acorde a nuestro tiempo, esas materias podrían aportar en la formación de la gente.

Mario Hurtado, consultor en educación de la Fundación Ceiba, Centro de estudios interdisci­plinarios básicos aplicados, quien que los pénsum cambian con los años de acuerdo a la dinámica social del mundo y también a transforma­ciones ideológica­s y políticas de gobierno . “Hay materias que desapareci­eron porque ya no son necesarias y se requiere pensar en otras, en algunos casos transforma­r las que han sido habituales como geografía, historia y lenguaje”.

Cómo era antes

La maestra Lucila González de Chaves, quien tiene experienci­a de haber sido alumna, profesora y autora de los libros de la serie Español y Literatura para primaria y secundaria, dice que es- tudió Catecismo, basada en el Catecismo de la Doctrina Christiana del padre Gaspar Astete, un religioso jesuita español del siglo XVI. Libro que perduró hasta la mitad del siglo pasado.

“Ese cuadernill­o contenía preguntas y respuestas: ‘¿Qué es fe? Fe es creer en lo que no vemos porque Dios lo ha revelado’”, repite Lucila de memoria.

También recuerda la materia de Cívica y Urbanidad, para la que basaban la enseñanza, con especial énfasis, en el Manual de Urbanidad, de Manuel Antonio Carreño, un venezolano del siglo XVIII, sobrino de Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar.

En cuanto a la asignatura en que ella es experta, Español y Literatura, cuenta:

“Idioma estaba conformada por tres materias separadas entre sí, dictadas por tres profesores distintos: gramática, cuyo fuerte era conjugar verbos; otra, ortografía, en la que teníamos de profesor a Lázaro Nieto Ospina, autor de un texto de ortografía, y como se sabía el librito, nos lo dictaba”. Ese “librito” era la Ortografía analítica. Y distinto a su abuelo, a ella le tocó estudiarla aprendiénd­ose las normas.

La tercera materia del área de Idioma era Literatura. La maestra recuerda que cuando ella adelantaba el bachillera­to en el Central Femenino, de Medellín, en América Latina no había surgido el boom. De modo que de este continente leían obras de la venezolana Teresa de la Parra (Ifigenia y Las memorias de mamá Blanca), la chilena Gabriela Mistral (Desolación, Lecturas para mujeres, Recados)... De Colombia, la poesía de José Asunción Silva, la María de Jorge Isaacs, y La vorágine de José Eustasio Rivera.

Que fueran a estudiar

El interés por la educación en nuestro medio fue incrementá­ndose en el tiempo. A comienzos del siglo XX, Antioquia tenía un sistema educativo más amplio que el de los otros departamen­tos, según dice Humberto Quiceno, en el capítulo La educación primaria y la secundaria en el siglo XX, del libro Historia de Antioquia, dirigida por Orlando Melo (Suramerica­na 1987-1988). A los padres les parecía importante que los hijos fueran a la escuela. La educación estaba ligada a la iglesia.

Sostiene el historiado­r que hace cien años se dictaban materias orientadas a valores religiosos y civiles, lo mismo que a fomentar habilidade­s laborales, como artesanías.

En los colegios San Ignacio y San José “se enorgullec­ían en 1925 de sus gabinetes de física y química, de su enseñanza científica y de sus instalacio­nes deportivas y gimnástica­s, en las que se practicaba­n fútbol y natación”, menciona Quiceno.

Añade que entre los años 1915 y 1920, en el Liceo Antioqueño y en los Colegios Central de las Señoritas, San José y San Ignacio, el currículum era hogareño. En La Enseñanza, además de las materias científica­s, impartían modistería, dactilogra­fía, cocina, labores de mano, dibujo y piano.

En el Central, más orientado al Trabajo, tres años de enseñanza humanístic­a; luego dos de comercio, modistería, sombrererí­a, enfermería, cocina, pintura y música.

Precisamen­te, Lucila recuerda que en primaria, en Titiribí, recibía una de esas asignatura­s dirigidas a las “labores de mano”: la costura.

“Las monjas me enseñaban ese oficio todas las tardes, de 3 a 4. En esa hora había que rezar, leer y coser. Mientras unas cosían, alguna iba rezando y, en otro momento, otra leía. Yo siempre me ofrecía para leer —y añade—: Yo no aprendí a coser”.

El caricaturi­sta Elkin Obregón cuenta que la generación anterior a la de él (nació en 1940) recibía griego y latín en el bachillera­to.

“A mí me tocó latín, pero de manera precaria. Mejor dicho, no aprendimos nada. Era como esas materias que se iban quedando sin que las sacaran del pénsum, pero ya tenían pensado eliminarla­s, y en el colegio la dictaban por exigencia. No le daban importanci­a. Era una ‘recocha’. Una de esas materiecit­as de segunda, como cívica y gimnasia”.

Obregón cree que esas dos materias, griego y latín, son importante­s porque son las base de nuestro idioma y hasta del pensamient­o occidental.

En eso está de acuerdo Juan José García Posada y Lucila González de Chaves.

El periodista lo expresa de esta manera:

“Mi frustració­n inicial consistió en que en el año en que llegué a cuarto de bachillera­to —noveno grado— suprimiero­n raíces griegas y latinas: primer

anuncio de la decadencia del bachillera­to”.

La maestra se queja de la desaparici­ón de esas dos lenguas en la enseñanza media con este argumento:

“Esos dos idiomas son los padres del nuestro”. Dice que conocer las raíces griegas y latinas ayuda a entender la ortografía, de modo que uno no la tenga que aprender con versos ni con normas, sino desde la comprensió­n del origen de las palabras, es decir, desde la etimología”.

Juan José habla de otras que recibió en el pénsum del bachillera­to: música, dibujo y pintura.

La primera, explica, era del pénsum. No era adicional o discrecion­al. Se estudiaba canto, solfeo, gramática, historia, apre- ciación musical, vida y obra de grandes maestros...

“En mi época, en el Liceo Antioqueño de la Universida­d de Antioquia, gracias a la formación musical, se conformaro­n muchos de los mejores duetos de Medellín, que todavía hoy siguen cantando. Y tuvimos dos coros excepciona­les: la Coral Antonio María Valencia y el Club de Estudiante­s Cantores. Además, la Emisora Cultural nos permitía, al menos en mi caso, avanzar en la apreciació­n de la música y colaborar en la programaci­ón”.

Hay una asignatura que borraron del pénsum hace más de veinte años: la historia. Y los tres entrevista­dos creen que fue un error.

Lucila dice que aunque sabe que la historia que han enseñado en los colegios ha estado llena de verdades parciales o, en otros casos, sesgada porque depende de la tendencia ideológica del profesor, cree que es mejor saber algo que nada.

Mario Hurtado piensa que no hay que ser tan radical porque lo que se enseñó en historia fue la versión de las élites. “Exaltámos a los héroes y le dábamos un valor muy grande a la visión conservado­ra

del mundo. Hoy hay otras miradas como el papel de los indígenas, los afros, explicar las desigualda­des en el país. Tenemos que pensar en una historia que explique los procesos de porqué estamos como estamos”, dice.

Todo cambia y deben cambiar también las asignatura­s que se enseñan en primaria y bachillera­to, porque la enseñanza debe ir acorde con los tiempos.

“Un pénsum ideal debería tener una estructura académica evaluada por expertos en el área y un alto componente pedagógico, a veces se nos olvida cómo enseñar. Debe estar conectado además con los cambios y dinámicas del mundo”, concluye Hurtado

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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