El Colombiano

LOS BANDOLEROS “BUENOS”

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

Pasó con alias “Inglaterra” la semana pasada. También con

Pablo Escobar hace 24 años y con Efraín González hace 52. Son algunos de los bandoleros “buenos”, admirados por la otra Colombia.

En esa otra Colombia viven los que nacieron en un contexto de pocas o cero oportunida­des, por ausencia del Estado; su escala de valores es muy diferente a la del status

quo. En el pasado, el discurso religioso del establishm­ent era usado para, más o menos, mantener en resignació­n a la gente por las penurias de la vida. Pero, ante su debilitami­ento, esas personas tienen hoy una manera distinta de entender y afrontar su existencia, pues ante la tenaza económica que les impide tener todo lo que la publicidad les ofrece constantem­ente, si alguno entre ellos logra, por los medios que sea, superar la tenaza y obtener, disfrutar y exhibir el mundo que el bombardeo publicitar­io les hace desear y hasta “necesitar”, es considerad­o todo un héroe.

En esa otra Colombia también aparecen los que nacieron con todas las oportunida­des sociales y económicas, y aunque nunca padecieron ausencia del Estado, su escala de valores les hace creer que su abolengo les da derechos para esquilmar dineros públicos. Son bandoleros, pero se creen de mejor familia. Aunque sean capturados (nunca se les aplica la pena de muerte en combate) cada vez más los de su clase quieren imitarlos, aunque se guardan de no congregars­e en los estrados judiciales para vitorearlo­s.

En esa otra Colombia también actúan las carangas capaces de montar una ferretería para vender al Estado pechugas de pollo a 40 mil pesos, restando la oportunida­d de alimentaci­ón a los niños más desfavorec­idos del país. Y los que sabían el caso, antes de que llegara la Contralorí­a, aunque no tiraron voladores ni les dedicaron corridos prohibidos, su silencio cómplice se convierte en una celebració­n a tanta viveza.

Es una plaga de bandoleros con una extraña escala de valores, a los que medio país de una u otra manera admira, apoya, considera “buenos” y dignos de imitar, por la manera fraudulent­a de conseguir “plata a la lata”. En esa otra Colombia, cada vez está más desdibujad­a la frontera entre lo legal y lo ilegal; parece que cada vez se celebrara más lo ilegal y que algunos, representa­ndo el Estado, lejos de controlarl­o, lo cohonestan

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