El Colombiano

Un verbo para recordar a Octavio Mesa

- DIEGO LONDOÑO Crítico de música

En su carriel tuvo una media de aguardient­e, un paquete de cigarrillo­s y una peinilla; en su corazón, la música de sus abuelos, que nunca necesitó de partituras; en sus manos, los callos y la dureza del trabajo en el campo, y en la punta de su lengua, una grosería que a él le sonaba bien. Es de un barrio alto lleno de gente de a pie, colmado de tangos, salsa, billares y pregoneros. Nació en Manrique, en Medellín, en la carrera 43 con la 79, el 4 de agosto de 1933. Fue uno de los ocho hijos de Miguel Antonio

Mesa y Celsa Gómez . Creció trabajando como sus demás hermanos para poder vivir la vida, así de sencillo: ganaba 2.50 pesos diarios, y cuando reunió lo que necesitaba, se fue para un almacén en Carabobo, entre Maturín y San Juan, y agarró la primera guitarra que lo enamoró. Valía 18 pesos. Sacó el dinero que había trabajado y se la llevó a casa. La tocó sin saber cómo, hasta que Gabriel

Bedoya, un cuñado de ese entonces, le enseñó un par de acordes y con eso Octavio tuvo para poner a volar toda su irreverenc­ia por encima de clases altas o bajas, cantando lo que pensaba, sin el filtro que da la vida. Luego estudió un corto tiempo en El Instituto de Bellas Artes, para pulir lo que ya tenía listo desde hacía años: la ironía, la grosería, la picardía de cantarle al pueblo. A los 16 años armó su primer grupo, y la primera canción que compuso fue Mi rival, un corrido mexicano al estilo colombiano, es decir, una carrilera que expresaba la rabia hacia una noviecita que se consiguió otro, simplement­e porque él no le caía bien al suegro. Octavio ya se tomaba los traguitos, y lleno de rabia le cantó no solo a la novia y al suegro, sino al nuevo rival. Quizá desde ahí nació una figura políticame­nte incorrecta que nunca quiso pertenecer al mundo del espectácul­o artístico, él, más bien, solo tomaba la guitarra y cantaba como lo dictaba su alma, como un pescador en el río o un escritor frente a la hoja en blanco. Ese era su llamado y su necesidad por cantar las locuras que se le atravesaba­n por la mente. Sus canciones tienen la nostalgia de la carrilera pedregosa, la picardía del montañero, la astucia del campesino, el humor que muchos entienden y que no todos se atreven, el anís del aguardient­e y la valentía que no tienen muchos artistas que simplement­e cantan lo que la gente quiere y no lo que el corazón les pide a gritos.

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