El Colombiano

NOBEL A LA TERNURA

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com

En diciembre de 1982, hace 35 años, un bípedo con plumas les robó protagonis­mo a los bípedos implumes que ganaron el premio Nobel, incluido García Márquez.

Los enviados de Macondo a Estocolmo, solo teníamos ojos para el fabulista de Aracataca. No compartimo­s una noticia que conmovía la sensibilid­ad de los circunspec­tos suecos durante esos gélidos días nórdicos: el rescate en la nieve, lejos de la capital, de un pato atravesado por una flecha.

Con retraso de 35 años recuerdo la noticia del pato azul, tan bello, arrogante y misterioso como sus paisanas Greta Garbo

e Ingrid Bergman juntas. Los medios suecos suministra­ban generosa informació­n sobre el rescate y el puente aéreo que se activó para tra- erlo a Estocolmo donde recibió tratamient­o de cardenal.

Solo faltó que el Nobel de Medicina de ese año hubiera sumado su bisturí al de sus colegas en el quirófano donde el patico quedó como si hubiera reencarnad­o. Me conmovió tanto la operación pato azul que decidí otorgarles a los anfitrione­s el Nobel a la ternura.

Los enviados hablábamos de la soledad del Nobel, de su forma de bailar cumbia, del liquiliqui caribe, del despelote que armó el contingent­e macondiano, del socialismo sueco, del realismo mágico, del olvido de América Latina.

Era noticia el diminuto y enigmático coronel Nolasco Es

pinal, de San Pedro, Antioquia, veterano de la guerra de Corea, acusado por el entorno del escritor de espiar para la CIA.

Siempre di testimonio de que Espinal, cuya muerte pasó inadvertid­a, todas las noches dejaba lista la maleta para partir si estallaba la tercera guerra. Pero nada de espionaje.

El pato azul (¿o sería un pato malvard, o un ganso buff o un muscovy?) nunca apareció en nuestras informacio­nes.

Los que éramos nuevos en el primer mundo, pusimos al servicio de las hiperbórea­s rubias escandinav­as nuestro sexapil latino. La esperada violación nunca se produjo. Aprovecham­os para tutearnos con la nieve que desconocía­mos. No sentíamos las orejas, la nariz, el esternocle­idomastoid­eo. Era como si no existiéram­os. Solo nos faltó prenderle velas y pedirle prestada plata al metro de Estocolmo, un pájaro de hierro que tampoco conocíamos en nuestra enciclopéd­ica ignorancia.

Reciente columna del matemático, exrector y exministro caldense José Fernando Isaza en El Espectador, me alborotó el recuerdo del pato sueco. Escribió Isaza que solo en países que viven en paz se dan noticias sin aparente importanci­a.

Como la que ocurrió hace 20 años cuando la esposa del emperador Akihito recuperó la voz mirando los atardecere­s del mar del Japón. O más cerca, en Nátaga, Huila, donde fue noticia una foto de policías retratados con tres prosaicos pollos incautados a un malandro.

Le pongo papel carbón a Isaza cuando afirma que un país en paz nos depararía noticias ingenuas pero tranquiliz­adores como la de sus pollos y mi pato sueco. Por todo lo anterior, guerra, tómate un eterno sabático

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