El Colombiano

EDITORIAL

Antioquia es una de las regiones —tal vez la más— afectadas por apuestas y juegos de azar fuera de la ley. Lo alarmante es que esa “empresa” alimenta las finanzas de las bandas criminales.

- ESTEBAN PARÍS

“Antioquia es una de las regiones —tal vez la más— afectadas por apuestas y juegos de azar fuera de la ley. Lo alarmante es que esa “empresa” alimenta las finanzas de las bandas criminales”.

Las cifras de operativos, establecim­ientos cerrados y máquinas tragamoned­as incautadas en Antioquia, en los últimos cuatro años, dan cuenta de la magnitud de otro fenómeno de ilegalidad que alimenta las finanzas de las bandas delincuenc­iales y que desangra el recaudo de impuestos para la salud, en especial de los más pobres, los afiliados al Sisbén.

Entre 2013 y 2017, han sido decomisado­s 2.257 aparatos para insertar monedas. En muchos barrios de la periferia se producen casos de ludopatía de los jefes de hogar que resultan ruinosos para las precarias economías familiares. Pero más allá de esa adicción que incluso se genera en otros sectores y estratos, y requiere tratamient­o médico, las tragamoned­as operan para redes y locales que son controlado­s por bandas y combos integrados a las superestru­cturas criminales, que imponen sus reglas en comunidade­s periférica­s y que agregan al juego ilegal microtráfi­co, extorsión del comercio, trata de personas (menores de edad) y expendio de licor adulterado, entre otras rentas.

El perfil de la situación está muy definido: donde hay más juego legal, tiende a haber más ilegalidad. Este departamen­to registra el 70 por ciento del total del movimiento de las mesas de juego, las máquinas y los contratos de concesión de juegos de azar del país. Los antioqueño­s son apostadore­s. Ello no está mal, per se.

La alerta está dada porque se dejan de percibir al año $125 mil millones en impuestos y ello, más las utilidades ordinarias, va a parar en gran medida a las arcas de los grupos delincuenc­iales. Se deben proteger los recursos del Estado destinados a la salud y, a la vez, se debe desestimul­ar un mercado negro de apuestas muy dañino para la ciudadanía.

El mapa de las incautacio­nes también es revelador: de las máquinas decomisada­s, 1.532 se recogieron en Medellín, 187 en Bello, 154 en Caucasia y 89 en Puerto Triunfo. Basta cotejar los municipios con la presencia de grupos y economías ilegales para entender dicha conexidad.

A organismos oficiales como Coljuegos los sorprende el “músculo financiero” de estas redes y su capacidad de reabastece­rse de equipos con rapidez. Hay ejemplos: en agosto pasado se decomisaro­n 105 máquinas en tres locales del Centro de Medellín. A las dos semanas reabrieron con el mismo número. Hubo un nuevo decomiso y otra vez se repitió la reposición. Así es el nivel de finanzas y “resistenci­a” de los criminales.

Por eso la empresa estatal se declara incapaz de cumplir sola la tarea de control y combate a estos focos de ilegalidad. La invitación es a articular esfuerzos con las alcaldías y gobernacio­nes, la Policía Nacional y la Fiscalía, para trazar planes locales y regionales contra tales actores oscuros capaces de competirle­s a las empresas legales.

Otro de los aspectos de esta problemáti­ca es el influjo negativo sobre los menores de edad que, con frecuencia, son detectados en torno a las casas de juego y apuestas clandestin­as. Se trata de un ambiente en crecimient­o que las comunidade­s rechazan. En Medellín se recibieron 480 denuncias en 2017; en Bello, 131, y en Itagüí, 81. El malestar es obvio.

Más que condenar este sector de la economía que muestra gran crecimient­o, y que alimenta los recursos del Estado, se trata de exigir que las autoridade­s se pongan al frente de la lucha contra el juego que evade impuestos y que estimula la cultura de la ilegalidad y el delito

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ILUSTRACIÓ­N

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