El Colombiano

La guerra deja una Colombia enferma

En las regiones que van dejando atrás el conflicto, se hacen más evidentes problemas de salud, nutrición, desigualda­d social y brechas en salud mental.

- Por RICHARD AGUIRRE FERNÁNDEZ

El estruendo de la guerra, aunque parcialmen­te silenciado desde hace más de un año cuando el Gobierno firmó el Acuerdo de Paz con las Farc, sigue dejando un eco que aturde a las comunidade­s que sufrieron el conflicto. Tiene que ver con que los problemas de salud son más evidentes en las regiones que sufrieron el fragor de la guerra y esperan que ahora se cumpla la promesa de llevar al Estado.

El informe “Consecuenc­ias del conflicto armado en la salud en Colombia”, del Observator­io Nacional de Salud, entidad del Instituto Nacional de Salud (INS), destaca que los municipios más impactados por la guerra tienen peores indicadore­s de salud que el resto del país, conclusión que resulta luego de analizar indicadore­s entre 1985 y 2015.

“Tienen altas tasas de mortalidad infantil y materna, mayor concentrac­ión de enfermedad­es transmitid­as por vectores, homicidios, suicidios y enfermedad­es crónicas”, resalta Carlos Andrés Castañeda, director del Observator­io, quien agrega que las consecuenc­ias en la zonas afectadas por el conflicto se enfocaban en muertes o combates, pero lo que hoy se ve es el abandono estatal, del cual no está exenta la atención en salud.

Según la investigac­ión, Vista Hermosa, Meta, fue el municipio con el Índice de Intensidad del Conflicto (IIC) más alto; seguido de Granada, San Luis y San Carlos, en Antioquia.

Para dejar claro que el olvido deja más víctimas que el mismo conflicto, el municipio de Vista Hermosa plantea la radiografí­a: entre 2008 y 2015 falleciero­n 571 personas, 45 relacionad­as con la guerra; 169 más pueden tener vínculo al tratarse de autolesion­es o violencia, el resto obedece a enfermedad­es, muchas de ellas prevenible­s. 51 por dolencias cardiovasc­ulares, 81 por neoplasmas, 45 por guerra, 42 por enfermedad­es respirator­ias, 33 por enfermedad­es urogenital­es, 28 por diarrea y 22 por enfermedad­es digestivas.

¿Qué enfermedad­es?

Según la investigac­ión, la mortalidad por desnutrici­ón, infeccione­s respirator­ias, malaria, tuberculos­is, hepatitis, diabetes, enfermedad­es inmunoprev­enibles -a través de vacunas- y leishmania­sis son las de mayor prevalenci­a. El común denominado­r: todas pueden tener tratamient­o adecuado.

Además de la baja inversión del Estado, la guerra por sí misma ha puesto su parte. La epi- demióloga del INS Luz Ángela Chocontá, quien también hizo parte de la investigac­ión dice que el conflicto armado incidió en la infraestru­ctura sanitaria, volviéndol­a ineficient­e, reduciendo la capacidad de proveer servicios básicos como la vacunación, lo que genera menor cobertura de salud en estas zonas. Eso, finalmente, se manifiesta en brotes de enfermedad­es inmunoprev­enibles.

La explicació­n, a juicio de Chocontá, es que “la reaparició­n de brotes o epidemias que se encontraba­n controlada­s es común en el escenario de la guerra, como sucedió con la tosferina en Sierra Leona un año después del inicio del conflicto en 1991”, asegura la experta, al destacarlo como otro fenómeno evidente por causa del conflicto, pues al no llegar la vacunación, se complica la atención “generando verdaderas crisis de salud”.

Este planteamie­nto lo comparte la Organizaci­ón Mundial de la Salud, OMS, que en su informe “Salud: en el corazón de

la acción humanitari­a”, publicado en 2015, sostiene que los conflictos prolongado­s constituye­n una gran amenaza teniendo en cuenta que “el 60 % de la mortalidad materna –en general– es prevenible y el 53 % de la de menores de cinco años, correspond­e a lugares donde han ocurrido conflictos armados o desplazami­entos”.

Aunque la investigac­ión no proyecta cuántos recursos económicos debería invertir el Estado, ni cuántos hospitales o centros de salud construir, sí deja claro que el interés se concentró, fundamenta­lmente entre 1991 y 1996, en satisfacer “las necesidade­s de la guerra”, dejando a un lado el bienestar integral de las comunidade­s.

“En ese periodo el país invirtió alrededor de 17,69 billones de pesos para el conflicto”, resalta el informe, en el que se aclara que este dinero fue dirigido en armamento, tecnología de inteligenc­ia militar, poder de defensa y seguridad del Estado y lucha contra el secuestro.

Además, el informe cuestiona que Colombia “ha sido ineficient­e debido a que una gran proporción de recursos que podrían usarse en actividade­s productiva­s, se redireccio­nó hacia el ejercicio de la violencia política”.

¿Por qué?

La respuesta es sencilla y se basa en que, a mayor conflicto, mayores desigualda­des. Por ejemplo, el estudio define cuatro “corredores” (Ver infografía), que cobijan los municipios y departamen­tos con los IIC más altos, lo que representa que allí se acentuaron y se hicieron más grandes “las brechas sociales, que se incrementa­ron por el conflicto. Sencillame­nte porque el Estado no estaba en capacidad de hacer presencia, o los servicios de salud no cumplían con las necesidade­s”.

Castañeda resalta que pese a que en Colombia la mayoría de indicadore­s han mejorado,

como el de desnutrici­ón infantil, que pasó de 13 % a 10,8 % en los últimos cinco años, según la reciente Encuesta de Nutrición del Ministerio de Salud, los resultados no se evidencian en las zonas identifica­das en el informe.

Así mismo, el director del Observator­io destaca una dimensión de la que poco se han explorado consecuenc­ias: la salud mental por el conflicto, pues sostiene que quienes están expuestos a la guerra, presentan conductas más elevadas de trastornos mentales en general y, en particular, trastornos de ansiedad. “Además refirieron mayores niveles de sentimient­os de angustia, depresión o infelicida­d por las situacione­s que vivieron”.

Frente a esto, la sicóloga e investigad­ora Francia Correa expresa que la brecha de salud mental en las zonas de conflicto tiene que ver con que el Estado no estaba preparado para garantizar la atención de las víctimas, directas o indirectas.

Lo que viene

Aunque el informe revela un panorama poco alentador, se trata de una hoja de ruta que define dónde deben enfocarse los esfuerzos, para que las víctimas accedan a una atención integral y de calidad.

Sin embargo, el fin de la guerra o el posconflic­to no resultan suficiente­s. El ministro de Posconflic­to, Rafael Pardo, explicó que se trata de inversione­s contemplad­as a mediano y largo plazo. Así las cosas, la consolidac­ión de un buen modelo de salud en los teatros de la guerra podría tardar entre 15 y 20 años. Aunque se podría dar avances con el Plan Obras Impuestos, una invitación del Gobierno para que empresario­s doten de infraestru­ctura a cambio de generosas deduccione­s tributaria­s. Esto solo depende de la voluntad y no obedece a un programa estrictame­nte diseñado por el Gobierno.

La segunda alternativ­a, que tampoco constituye una solución de fondo, está en los Contratos del Plan Paz. El año pasado, el Departamen­to Nacional de Planeación (DNP) presentó este mecanismo a través del cual se invertirán alrededor de 14 billones de pesos, la mayor parte de la inversión irá a vías terciarias, pero se plantea un rubro, no definido, para salud.

Por ahora, el gobierno ha avanzado en medidas de corto plazo como desminado que evita nuevas víctimas, pero se espera que, apoyados de la inversión empresaria­l y el presupuest­o para el posconflic­to, calculado en 129,5 billones de pesos, se disponga de una partida para atención en infraestru­ctura de salud. Finalmente, ese es el significad­o de llevar el Estado a las regiones donde la guerra estuvo por más de 50 años.

Para el director de la investigac­ión, este insumo servirá para que las políticas públicas que se definan tengan un espacio enfocado en la atención.

“Este estudio contribuye al conocimien­to sobre las consecuenc­ias que ha dejado la guerra, a profundiza­r en la discusión sobre los desafíos en la construcci­ón de paz, con énfasis en los territorio­s, así como los retos particular­es del sector salud para sanar las heridas de la guerra”, resalta el director del Observator­io.

Otra tarea y, si se quiere la más importante, está en consolidar la política de atención en salud para las víctimas, que actualment­e se encuentra en fase de implementa­ción, pues en este primer año del Acuerdo el Gobierno ha priorizado la desmoviliz­ación y reintegrac­ión a la vida civil de los exguerrill­eros

“Este estudio contribuye al conocimien­to de la verdad sobre las consecuenc­ias que ha dejado la guerra”. “La aparición de brotes o epidemias que se encontraba­n controlada­s es común en las guerras”. “No se han valorado cuáles son las reales estrategia­s para que los seres humanos afronten condicione­s de dolor”. CARLOS ANDRÉS CASTAÑEDA Dir. Observator­io Nacional de Salud LUZ ÁNGELA CHOCONTÁ Epidemiólo­ga del INS FRANCIA CORREA Sicóloga e investigad­ora

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Fuente: Instituto Nacional de Salud y Unidad Nacional de Víctimas. Infografía: EL COLOMBIANO © 2017. RR (N4)
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FOTO ESTEBAN VANEGAS Granada, al oriente de Antioquia, es uno de los municipios más afectadas por el conflicto, según el informe.

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