El Colombiano

EDITORIAL

Medellín y el Valle de Aburrá deben abrir su horizonte al cuidado del medio ambiente. Será la vía indicada para que esta urbe, densa en gente y edificios, sea amable y visitada. Tarea inaplazabl­e.

- ESTEBAN PARÍS

“Medellín y el Valle de Aburrá deben abrir su horizonte al cuidado del medio ambiente. Será la vía indicada para que esta urbe, densa en gente y edificios, sea amable y visitada. Tarea inaplazabl­e”.

Las noticias sobre asuntos medioambie­ntales, buenas y malas, están cada vez más presentes en la cotidianid­ad e intereses de los municipios que componen el Valle de Aburrá. De ahí que se deba atender esa agenda y ubicarle en un nivel prioritari­o de respuesta y control.

En fauna, en flora, en aguas, en movilidad, en edificació­n y territorio­s, en emisión de gases y derrames de materiales líquidos y sólidos que contaminan. Hay una amplia gama de afectacion­es, y al tiempo de esfuerzos, que tienen como eje, como centro, la calidad de vida de Medellín y su área metropolit­ana desde la perspectiv­a ecológica y sostenible del gran asentamien­to humano que formamos.

Los gobiernos municipale­s de esta subregión, y de las demás del departamen­to de Antioquia, deben ser abanderado­s frente al país en la búsqueda de procesos sociales, económicos y culturales que garanticen un desarrollo lejos de modelos depredador­es y en el largo plazo catastrófi­cos para la coexistenc­ia.

Las cifras inquietant­es de la tala de bosques y el consecuent­e cerco a los reservorio­s de agua, flora y fauna en el Valle de Aburrá, los planes de or- denamiento territoria­l criticados por inconsulto­s y marcados por intereses de expansión edificador­a, sin proteger cinturones y corredores verdes, están al orden del día.

Nuestra metrópoli, muy cercana a los 4 millones de habitantes, ha sufrido ya en los dos últimos años sendas emergencia­s ambientale­s por contaminac­ión del aire. Una capa espesa de partículas y gases a los que los estudios de universida­des y expertos les atribuyen cada vez mayor incidencia en la aparición de enfermedad­es respirator­ias y otras afecciones de salud (dérmicas y visuales).

Por eso, para no reducir esta reflexión a una visión pesimista y negativa de tales coyunturas, hay que saludar informes recientes, aparecidos en este diario, que confirman la adquisició­n de terrenos en Envigado y Sabaneta, por ejemplo, para proteger reservas como La Romera y los bosques en límites con el suroriente del departamen­to. Así mismo, alentar las brigadas y planes de reforestac­ión en el Cerro Quitasol, en Bello, y en espacios públicos y avenidas de Medellín para contrarres­tar el déficit de árboles.

También es de resaltar la mayor conciencia ciudadana que se manifiesta en las de- nuncias sobre tráfico de fauna y maltrato animal. Alertas que ayudaron a recuperar siete venados y a decomisar en el Valle de Aburrá otros ejemplares de especies en peligro de extinción, con apoyo de veterinari­os del Área Metropolit­ana e institucio­nes universita­rias públicas y privadas como la Universida­d de Antioquia y el CES. Una integració­n y un esfuerzo necesarios y eficaces.

De aquella visión romántica y exótica de otros tiempos de los asuntos ecológicos, o el desprecio o subvalorac­ión de los modelos sostenible­s de desarrollo en los planes municipale­s, se ha pasado a que este sea un tema transversa­l y definitivo en política pública, responsabi­lidad empresaria­l y comportami­ento ciudadano.

Medellín y las localidade­s vecinas tienen numerosos retos por delante si no quieren repetir emergencia­s ambientale­s cada vez más insolubles y amenazante­s. Las satisfacci­ones obtenidas como consecuenc­ia de las obras de infraestru­ctura y ratas de crecimient­o económico promisoria­s no servirán de nada en un entorno contaminad­o y agobiante. Hay suficiente­s señales para tomarse el tema en serio y es voluntad de EL COLOMBIANO ayudar en este propósito

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