El Colombiano

PROMESAS Y MALES DE LA JEP, PRUDENCIA

- Por MICHAEL REED @mreedhurta­do

Con la posesión de la mayoría de los magistrado­s de la Jurisdicci­ón especial para la paz (JEP), las expectativ­as y los reproches en relación con esta iniciativa especial de justicia penal están por los aires.

La retórica que adorna a la JEP o que la embiste no es tibia. Sus promotores la pintan como la última maravilla de la justicia transicion­al; sus detractore­s como una farsa.

Las personas victimizad­as están atentas a lo que pase con la JEP: intuyen manipulaci­ón, pero su ilusión es más fuerte que el cinismo. Aguardan, paciente e impaciente­mente; no tienen mucha opción. Aunque se habla mucho de víctimas, sus voces no fueron determinan­tes en el arreglo. Todo esto es, supuestame­nte, para favorecerl­es. Todo está por verse.

Los perpetrado­res (tanto los conocidos y confesos, como los anónimos y escondidos) también están expectante­s. Algunos buscan sacar provecho; otros buscan neutraliza­r cualquier riesgo de que esta nueva iniciativa de justicia les toque. En nombre de la paz, procuran una justicia disminuida, o una igual de selectiva a la ordinaria (que ya controlan).

Falta mucho para que la JEP opere. Por más de que se hagan anuncios o se realicen eventos simbólicos, la JEP está en pañales. La oposición a su funcionami­ento y los retos de implementa­r un marco institucio­nal tan complejo –por nombrar solo dos de los más grandes obstáculos que encara– harán que la justicia que imparta llegue más tarde de lo que muchos creen.

No obstante, la atención social sigue depositada sobre la JEP, en detrimento de la Comisión de la Verdad y de la Unidad de búsqueda de personas desapareci­das.

De manera desafortun­ada, la JEP se erige como la pieza maestra de la denominada justicia transicion­al (a la colombiana) porque es lo más cerca que hay a la justicia penal. Puesto que el castigo se erige como una solución sublime frente a las atrocidade­s del pasado, la JEP desplaza la atención que deberíamos estar dando a procesos comunitari­os de confrontac­ión del pasado, que podrían estar mejor auspiciado­s por los otros mecanismos.

“(E)l favoritism­o por la criminaliz­ación redunda en una resistenci­a a considerar y poner en marcha otros mecanismos legales, regulatori­os o transforma­dores en la búsqueda de justicia” ( Mark

Drumbl 2007). La preferenci­a por la justicia penal conduce a centrar toda la atención en el establecim­iento de la responsabi­lidad individual de unos cuantos perpetrado­res.

Esta aproximaci­ón ignora factores sistémicos y situaciona­les que contribuye­ron a la perpetraci­ón extendida de la atrocidad. Además, es una receta sencilla para cerrar los regímenes de atrocidad a partir del sacrificio de unos cuantos chivos expiatorio­s.

El derecho penal enfrenta muchas limitacion­es en procesos de reconstruc­ción de la verdad y de construcci­ón de la memoria colectiva. En el país existe un sobredimen­sionamient­o de la capacidad de la justicia penal para construir historia. Además, se ha cultivado una noción falsa del tribunal penal como un escenario de expresión de solidarida­d social con las víctimas y de catarsis social. En la práctica, estas promesas no se han materializ­ado y la capacidad de los procesos penales ordinarios o los de Justicia y Paz para producir verdad con valor social es reducidísi­ma. La JEP no será ajena a estas limitacion­es.

Por ello, es hora de tener mayor prudencia: el proceso de búsqueda de justicia es más complejo que el recorrido de la JEP. Esta es solo un medio, de muchos, que debemos recorrer

De manera desafortun­ada, la JEP se erige como la pieza maestra de la denominada justicia transicion­al porque es lo más cerca que hay a la justicia penal. Puesto que el castigo se erige como una solución sublime frente a las atrocidade­s del pasado, la JEP desplaza la atención que deberíamos dar a procesos comunitari­os de confrontac­ión del pasado.

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