¿PODEMOS CONFIAR QUE LOS ADOLESCENTES SE CONTROLEN?
“Yo confío en mi hijo”, afirman muchos padres para justificar los privilegios que les dan a sus hijos adolescentes motivados por su impotencia para oponerse a ellos “porque todo el mundo lo hace”. Así, hoy muchos jóvenes manejan un auto hasta altas horas de la noche, toman todo el trago que les ofrezcan, deambulan solos por discotecas y bares hasta la madrugada y van a “piyamadas” (fiestas en pijama) con compañeros de ambos sexos y sin adultos que los supervisen… porque sus hijos se lo prohíben.
¿Será que no nos damos cuenta que estamos confiando en unos menores de edad cuyas nuevas habilidades cognitivas les hacen sentirse todopoderosos e inmortales y por lo tanto optan por correr serios peligros? ¿ Podemos fiarnos de jóvenes que están más influenciados por sus hormonas que por sus neuronas? ¿ O confiar en quienes su criterio para decidir qué hacer es lograr la aprobación de sus pares? ¿En quienes crecen en un medio que los ha llenado de desesperanza y le tienen más miedo a vivir que a morir?
Darles más libertades de las que pueden manejar los jóvenes en un mundo en el que corren mayores peligros es descabellado. La adolescencia es una etapa en que los hijos son más vulnerables que nunca, entre otras, porque son más osados, más inseguros y viven enceguecidos por emociones desbordadas. Lo peor es que, como las funciones del cerebro se desarrollan en forma dispar, su emotividad está a su nivel máximo de intensidad mientras que su capacidad de razonar y controlar sus impulsos es muy incipiente.
Es importante confiar en los hijos, pero confiar en que son buenas personas gracias a la dedicación con que los hemos criado, que se convertirán en gentes de bien en virtud de la formación que les estamos dando, que podrán “ganarse la vida” gracias a la educación que les estamos ofreciendo. Pero confiar en que pueden autogobernarse cuando ni siquiera ellos confían en sí mismos es absurdo.
Es cierto que debemos darles una dosis gradual de confianza a los adolescentes, asegurándonos que manejen situaciones de bajo riesgo, pero dejarlos a su libre albedrío es exponerlos a que corran graves peligros. Urge dejar de confiar a los hijos a su suerte para comenzar a confiar en los dictados de nuestra conciencia y ejercer nuestro deber de contenerlos