ENFERMEDAD TERMINAL
Lo que se vive en ese país, antes rico y prepotente, es una evidente tragedia. El éxodo es irrefrenable.
Hace años, en el gobierno de
Carlos Andrés Pérez, estuvimos en Venezuela con una misión de la Andi. En ese momento todo era desarrollo y vanidad en ese país al que la geografía le prodigó los mejores recursos naturales y la hacía una de las naciones con mayor ingreso en la región. En las reuniones conjuntas de empresarios colombianos y venezolanos, estos sacaban pecho para pregonar las favorables condiciones financieras, tributarias y crediticias con que contaban para crear e impulsar negocios. No faltaban compatriotas que reflejaban cierta envidia por el contraste frente a los problemas que pasaba Colombia en manos de López Michelsen.
Pero con el tiempo, el país vecino se fue descomponiendo. Se matricularon gobiernos, partidos e instituciones en la anarquía y la corrupción. Apareció un aventurero, el coronel Hugo
Chávez, quien intentó primero un malogrado golpe de Estado, para después imponerse en las urnas, aprovechando la deshonra de unos partidos tradicionales corroídos por la impudicia.
Con Chávez en la Presiden- cia llegó el experimento del Socialismo del Siglo XXI. Lo implantó al mejor estilo de su mentor Fidel Castro, el mismo caótico ensayo que ahora, con careta de populismo, asoma en el debate electoral colombiano. Muestra sus dientes para mascar la frágil organización de los partidos tradicionales, como se los tragó en el vecindario.
Muerto Chávez, apareció en el tinglado de la farsa el capataz Maduro. Se requería quien acabara de demoler la democracia y triturar los derechos humanos de los venezolanos. Desafía, insulta, provoca con un lenguaje altanero y extravagante.
Tiene a su pueblo aguantando hambre. Las estanterías de los supermercados vacías. La inflación desbordada. La escasez asfixiante. La salud no tiene remedio. El desempleo alto y la inseguridad se adueña de ciudades y calles. La impunidad tiene su propio imperio. Lo que se vive en ese país, antes rico y prepotente, es una evidente tragedia.
El éxodo es irrefrenable. La desolación acelera el afán de abandonarlo. Familias que huyen y en sus escapes se fraccionan. Las despedidas son desgarradoras. El hambre lleva a sus ciudadanos a toda clase de escaramuzas, sin estimar riesgos y peligros para sus vidas. Hay que sobrevivir a cualquier costo.
En Venezuela hay desespero y angustia. Gentes con maletas al hombro, implorando en ciudades colombianas una ayuda. Se estima que 550 mil venezolanos están hoy en Colombia .Y que cuatro millones han emi- grado, muchos ellos a la deriva, tragándose a no pocos, el mar...
La comunidad internacional es impotente. Las condenas de la OEA, los Estados Unidos, ahora la Unión Europea, quedan reducidos a simples saludos a la bandera.
Muchos venezolanos hasta hace poco no creían que esta pesadilla la podían vivir. Lo mismo suponen algunos ingenuos colombianos, que interpretan a las mil maravillas su protagonismo de idiotas útiles. Alcahuetean con su candor el populismo. El mismo que según las encuestas está tan cerca de llegar a la Presidencia a través de espíritus débiles y de demagogos.
¿La dictadura en Venezuela será tan larga y tormentosa como la de los barbudos cubanos? ¿Qué tan lejos está Colombia de que la peste izquierda/populista -enfermedad terminal de la democracia– no penetre en su sistema en las próximas elecciones presidenciales?