El Colombiano

LAS MUJERES DE “ÉL”

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. anacristin­arestrepoj@gmail.com

“Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraro­n por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: ‘¿Cómo está el agua?’. Los dos peces más jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: ‘¿Qué demonios es el agua?’”. ( David Foster Wallace, Kenyon College, Ohio, 2005).

La distancia entre la solidarida­d de género y la solidarida­d de cuerpo es infinita. La primera es el abrazo de un vínculo vital, social, casi sobrenatur­al: ser mujeres (si se trata de nosotras). Lo otro es alcahueter­ía: crear impunidad a partir de lazos artificios­os, tejidos por convenienc­ia o comodidad.

“Es que trabajar entre mujeres…”, “las mujeres son muy conflictiv­as”… Desde niñas nos instalan en discursos que nos convierten en nuestros propios verdugos y nos alejan de un hecho fundamenta­l: unidas somos mejores –por más opuestas que seamos–.

Desde Josephine Cochrane (busquen quién fue, adórenla como yo), Virginia Woolf y cada una de las sufragista­s, pasando por nuestras abuelas, mamás, amigas y profesoras, de alguna manera nos han ofrecido ese abrazo redentor.

La Marcha de las mujeres en Estados Unidos, bajo las consignas #LaResisten­cia y #PoderALasU­rnas, es otra muestra del cambio de paradigmas. La resistenci­a dejó de asociarse con la resignació­n de las mujeres de otras épocas. Ni parir nos hace fecundas, ni callar, valientes.

El viernes pasado, la periodista Claudia Morales reveló en su columna de El Espectador que había sido violada por su jefe. Ocultó el nombre del criminal. Solo lo llamó “Él”.

El silencio de las víctimas responde a una variable compleja: algunos hechos victimizan­tes suelen extenderse en el tiempo. Una violación dura muchísimo más que los minutos eternos en que se comete el delito. Aunque la acción inmediata debería ser la denuncia, no siempre ocurre. Si la víctima insiste en guardar silencio quiere decir, entre otras cosas, que el victimario conserva su poder de intimidaci­ón.

Morales defiende el silencio de las víctimas. Yo me pregunto por el de los victimario­s (el mutismo de los culpables es la columna vertebral de buena parte de la historia de la Humanidad): ¿“Él” guar- daría el secreto? ¿Lo habrá hecho de nuevo?

En España, circula una imagen contra la violencia de género: la puerta de una casa con una corona funeraria atravesada por un listón que versa “Tus amigos y vecinos sienten no haber hecho nada”.

¿Dónde están las mujeres alrededor de “Él” (su círculo familiar directo)? ¿Es posible conciliar el sueño albergando semejante duda? ¿Lo han confrontad­o? En cuanto a su esposa, ¡¿cuáles son los límites del amor y la lealtad conyugal?!

Muchas estábamos en el agua: inmersas en una realidad que, por obvia, nos costaba ver. No nadábamos: nos ahogábamos. Las mujeres que lo rodean no son de “Él”, no son su propiedad: pueden desafiar la corriente. ¿Podemos ser esperanza para otras? Rechazar la solidarida­d de cuerpo. Acoger la solidarida­d de género.

Sería como quitarse los zapatos… pero no para descansar sino para ponerse en los de la víctima.

(¿Hasta cuándo vamos a hablar de los harvey weinsteins y casos como el de Clau

dia Morales? ¡Hasta cuando se entienda el mensaje!) ■

Una violación dura muchísimo más que los minutos eternos en que se comete el delito.

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