El Colombiano

LOS PILLOS

- Por RAFAEL ISAZA GONZÁLEZ rafaelisaz­ag@une.net.co

Amable lector. Las personas que recibieron de sus mayores una educación basada en el temor a Dios, pero mucho más al demonio, llamado también el diablo o Lucifer, en latín diabolus, quedan muy pocos. En épocas lejanas, cuando alguien obraba mal, la gente solía decir: se lo va a llevar el diablo. Y a muchos se los llevó.

Poco a poco, la gente joven comenzó a tenerle confianza, a faltarle al respecto y a no sentirle miedo. Fue así como se desterró a este personaje, real o figurado, que tanto bien le hizo a la humanidad. De manera simultánea se cambió la idea de un Dios justo, por el de un Dios misericord­ioso. Es decir, que no castiga y si lo hace es de manera virtual, como el acuerdo de paz de La Habana.

Por todo lo anterior, hoy los hombres y las mujeres, poco o nada invocan la justicia divina. Solo existe la terrenal aplicada por los humanos. En algunos textos antiguos se hacía mención a los jueces que eran calificado­s como sabios y virtuosos. El general Bolívar se refirió a estos en términos similares.

Aunque no debería existir ninguna relación entre la desaparici­ón del diablo y la escasez de magistrado­s sabios y virtuosos, queda la duda de si la crisis de valores éticos y morales, de alguna manera, tiene que ver con la ausencia de tan singular personaje. Quienes piensen más con la razón que con la fe, deben concluir que dicha relación es evidente.

Hoy, el fiel de la balanza, que es el símbolo de la justicia, se altera con gran facilidad. Basta tener algún dinero y pocos principios éticos, para inclinar el fallo de los jueces, a veces para perdonar a un criminal y otras para condenar a un justo. Lo más triste es que el común de la gente ya no se sorprende.

Si al trigo lo cubre la maleza no habrá pan, que es parte del sustento de la vida. El sembrador sabe que es forzoso erradicar la manigua para que no falte el pan. Un pueblo como el nuestro donde existe tanta desigualda­d, donde muchos disfrutan del pan fresco con mantequill­a y mermelada, de seguir creciendo el soborno, es casi seguro que mañana no tendrán tan preciado bien.

Para tener una mejor idea del grado de corrupción a la que se ha llegado, basta mencionar a uno de los pesos pesados, al sinvergüen­za

Miguel Nule V., condenado solo a 19 años de cárcel, que gracias a un certificad­o médico, reside en su lujosa mansión. La semana anterior demandó a la Fiscalía y al Estado, es decir a todos los colombiano­s, para pagarle daños y perjuicios por la suma de $1,5 billones.

Más tarde seguirá una turba de pillos, entre otros, los parientes Nule, Gabriel García M., Musa Besaile, Ale

jandro Lyons, los Moreno Rojas y cientos más, pidiendo que se les reparen los perjuicios morales y económicos que se les han causado

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