¿GEORGE WASHINGTON PREDIJO A DONALD TRUMP?
En septiembre de 1796, George
Washington, cansado de los combates partidistas tan solo ocho años después de la ratificación de la Constitución y la fundación de la nación, escribió un discurso de despedida explicando por qué no buscaría un tercer mandato. Vale la pena recordar su mensaje en nuestra coyuntura política actual.
En prosa elaborada y pensativa, Washington alertó sobre la desunión, el falso patriotismo, intereses especiales, partidismo extremo, noticias falsas, la deuda nacional, alianzas extranjeras y odios extranjeros. Con asombrosa previsión, advirtió que la amenaza más seria para nuestra democracia podría provenir de la desunión adentro del país en lugar de la interferencia del exterior. Y previó la posibilidad de una influencia extranjera sobre nuestro sistema político y el surgimiento de un presidente cuyo ego y avaricia trascenderían el interés nacional, elevando la amenaza del despotismo.
Washington tenía una gran confianza, pero en su discurso no se jactaba de sus logros. Por el contrario, le suplicó al Todopoderoso que suavizara el impacto de sus errores y expresó la esperanza de que el país los perdonaría.
Advirtió tanto contra alianzas demasiado amigables (no sea que los intereses y las guerras de otros países se conviertan en nuestros) y odios excesivos (no sea que provoque- mos conflictos innecesarios y guerras con otros). Paciencia en el uso del poder era otro de sus grandes temas.
Algunas de las advertencias más prescientes eran sobre los peligros del faccionalismo. Escribió que si un grupo, “afilado por el espíritu de la venganza”, ganara dominancia sobre otro, el resultado podía ser “un despotismo más formal y permanente”. El ascenso del déspota sería alimentado por “desórdenes y miserias” que gradualmente impulsaría a los ciudadanos a “buscar seguridad y reposo en el poder absoluto de un individuo”.
“Tarde o temprano”, concluyó, “el jefe de alguna facción predominante, más capaz y afortunada que sus competidoras, tuerce esta disposición para el propósito de su propia elevación sobre las ruinas de la libertad pública”.
Como si imaginara el tribalismo político y la cultura de las noticias por cable 24 horas los 7 días de la semana, instó a los líderes políticos a contener “las continuas travesuras” de los partidos políticos. El “espíritu del partido”, escribió, “sir- ve siempre para distraer a los consejos públicos y debilitar a la administración pública”. Agita a la comunidad con celos infundados y falsas alarmas, enciende la animosidad de una parte contra la otra, ocasionalmente fomenta disturbios e insurrecciones”.
Y luego llegó a una de sus preocupaciones más grandes: las maneras en que el hiperpartidismo podía abrir la puerta a “influencia extranjera y corrupción, los cuales encuentran acceso facilitado al gobierno mismo por medio de los canales de las pasiones de los partidos. Por lo tanto, la política y la voluntad de un país están sujetas a la política y la voluntad de otro”.
El viernes, Robert Mueller, el abogado especial, acusó a 13 rusos de intentar ayudar a Donald
Trump a ganar las elecciones de 2016. Basta leer la acusación para entender de qué estaba hablando el primer presidente.
Desde 1893, un senador ha leído el discurso de despedida en el Senado cada año en el cumpleaños de Washington, alternando partidos políticos. Hablando sin rodeos, se ha conver- tido en poco más que un ejercicio de palabrería bipartidista. La Cámara dejó de leerlo hace décadas. Esto fue, al menos, un tipo de honestidad. Claramente ya nadie lo estaba escuchando.
En 2016, las noticias falsas, la manipulación, la supresión de votantes y la privación del derecho al voto fueron “las travesuras” empleadas por el Partido Republicano para impulsar la campaña del Sr. Trump. Y el Sr. Trump, tal vez “más capaz y más afortunado que sus competidores”, se tropezó con la victoria utilizando apelaciones mendaces para votantes exprimidos por una economía codiciosa, a pesar de que el propio Trump se había beneficiado generosamente de esa economía. ¿Si sólo hubiéramos escuchado las advertencias de Washington, las elecciones habrían resultado como lo hicieron?
La meta de Washington era asegurarse de que el joven país se volviera lo suficientemente estable para soportar las amenazas a la libertad que veía en el horizonte -un horizonte que se ha extendido 220 años hacia el futuro. Nunca podemos decir que no lo advirtió