EL SISTEMA DE SALUD MENTAL NO PUEDE DETENER A LOS TIRADORES EN MASA
La razón por la que el sistema de salud mental no logra prevenir tiroteos en masa es que la enfermedad mental rara vez es la causa de tal violencia.
Hace unos años, la policía trajo a un hombre de 21 años a la unidad de crisis donde yo trabajo como siquiatra de emergencia. Sus padres habían llamado a la policía después de ver sus posts en Facebook que elogiaban a los asesinos de Columbine, se referían a la muerte inminente y destrucción en su universidad local y prometía su propio “Día de Retribución”. Su hermano informó a la policía que recientemente había comprado un arma.
Cuando entrevisté al paciente, él negó todo esto. No tenía historia de enfermedad mental y dijo que no quería ni necesitaba tratamiento. Mi labor era evaluar si cumplía o no con el criterio para ser admitido involuntariamente a un hospital psiquiátrico.
Cada tiroteo masivo reinicia un debate sobre qué causa este tipo de violencia y cómo se puede prevenir. ¿No deberían los siquiatras identificar a alguien tan peligroso como Nikolas
Cruz, el joven acusado en el tiroteo de la escuela en la Florida.
Cruz había sufrido de depresión y en algún momento recibió terapia. También fue evaluado por trabajadores de la salud mental en el 2016 pero decidieron no hospitalizarlo. ¿Por qué, algunos críticos exigen, no recibió el tratamiento adecuado? Y ¿por qué no podemos evitar que jóvenes enojados e inestables compren armas de fuego? Es más difícil de lo que suena.
El sistema de salud mental no identifica a la mayoría de estas personas porque no entran a recibir atención. Y aún si lo hacen, las leyes diseñadas para preservar las libertades civiles de las personas con enfermedad men- tal limitan los tratamientos que pueden ser impuestos en contra de la voluntad de una persona.
En California, como en la mayoría de los estados, los pacientes tienen que ser un peligro para sí mismos o los demás antes de que puedan ser admitidos involuntariamente a un hospital siquiátrico.
Pero el joven que había escrito sobre dispararles a sus compañeros de clase era calmado, colaborador y educado. Los posts, insistió, no eran más que braggadocio en línea. Negó ser suicida u homicida; nunca había escuchado voces ni recibido mensajes extraños de la televisión. Admitió que fue víctima de bullying y que sentía resentimiento hacia compañeros que parecían tener más éxitos en sus vidas sociales y románticas. Pero negó rotundamente que sería violento hacia ellos.
¿Qué opciones tenía yo? Era claro para mi que él no tenía una enfermedad siquiátrica que justificaría una hospitalización involuntaria, pero me resistía a liberar a este hombre cuya historia hacía eco a la de tantos tiradores en masa.
Podría disimularlo un poco, alegando que necesito más tiempo para la observación, y admitirlo en el hospital de todos modos. Pero en menos de una semana iría ante un oficial de audiencias para impugnar su detención.
Tal vez el oficial de la audiencia compartiría mi trepidación y lo admitiría por miedo a la alternativa. Luego el hospital tendría 14 días más para tratarlo.
El siquiatra responsable de su cuidado sabría cómo tratar los delirios, la paranoia, la manía, los impulsos suicidas, los comportamientos autolesivos, las alucinaciones auditivas y la catatonia. Pero no hay curas confiables para la inseguridad, el resentimiento, el privilegio y el odio.
La única ventaja de inter- narlo oficialmente sería que tendría prohibido comprar un arma de cualquier vendedor con licencia federal.
Al final interné a este paciente, y el oficial de audiencias lo liberó dos días después. Nunca tomó ningún medicamento, nunca llegó al umbral de una prohibición federal de armas de fuego y abandonó el hospital en el mismo estado en el que llegó.
La razón por la que el sistema de salud mental no logra prevenir tiroteos en masa es que la enfermedad mental rara vez es la causa de tal violencia. Incluso si todos los posibles tiradores en masa recibieran cuidado siquiátrico, no hay una cura confiable para jóvenes enfadados que guardan fantasías violentas. Y las leyes que pretenden evitar que los enfermos mentales compren armas son demasiado estrechas y fácilmente evadidas; no es probable que apliquen a las personas como Cruz y mi paciente.
En lugar de guardar la esperanza de que imponer tratamiento de salud mental para todos quienes muestran señales de alarma pondrá fin a los tiroteos en masa, deberíamos enfocarnos hacia formas de poner algo de distancia entre estos hombres y sus armas