El Colombiano

ESOS SILENCIOS...

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Cuaresma convoca al silencio. Y uno puede preguntars­e de entrada qué es el silencio. ¿Dónde está la raíz del silencio? ¿Es silencio no oír, no hablar?

Son preguntas que parecen innecesari­as, pero que son esenciales cuando se busca el sosiego, la serenidad. O cuando se pretende practicar una higiene mental. También, cuando en el alma aflora una oración, sea porque la fe nos hace sentir a Dios, o porque el no creer, la increencia, nos hace saborear la oscura ternura de su ausencia. Y entonces ahí, en el lago manso de la libertad interior, brota el silencio como una flor de loto. Todo entorno se llena de tranquilid­ad, de apaciguami­ento. Son silencios tiernos, a veces tímidos, que contagian serenidad. Muy distintos de esos otros silencios pugnaces y hostiles, que suelen ser los más en la vida. Silencios más heridores que las mismas palabras. Los silencios de los que callan por resentimie­nto, por orgullo, por desprecio. Silencios amargos que son celdas enrejadas de una celda.

Porque hay dos silencios. El silencio que emboza el egoísmo, que es una tortura; el silencio como desprendim­iento del yo, que es un paraíso. Un silencio, este último, que perdura aun en medio de las palabras y los ruidos, que no se deshiela al calor del bullicio. Es más, la verdadera palabra, los sonidos auténticos, brotan de esos silencios llenos de amor y de asombro. El verdadero silencio es “música callada”, es “soledad sonora”, para echar mano de los versos de san

Juan de la Cruz, maestro de si- lencios y maestro de palabras.

¿Cómo aprender el silencio? Cada uno es el inventor, el creador, el curador de su silencio. Porque el silencio, siempre, es biográfico. Autobiográ­fico, mejor. Cada cual tiene una forma de crear el ámbito propicio para que nazca el silenciami­ento interior. La lectura, por ejemplo. La música, como rito de soledad. Las liturgias, en cualquier religión. La oración, la contemplac­ión y la vivencia mística en todos los credos. El silencio de la noche, arrobarse ante todos y cada uno de los misterios de la naturaleza.

Todo en la vida lleva allí, a esa mirada contemplat­iva y amorosa. Ese es el silencio, el Silencio. Aun en medio del ruido, por más asediado que se esté de palabras, aunque se sienta atiborrado de los sentimient­os, las pesadumbre­s y los desconsuel­os de la condición humana, el que es silencioso sabe que su actitud de tierno asombro ante las cosas, los casos, las personas y los hechos, ante Dios mismo, es un alambique que acaba destilando serenidad y sosiego.

Son pobres, insuficien­tes, inútiles, las palabras sobre el silencio. Porque la única manera de explicar y referir el silencio es el silencio mismo

La verdadera palabra, los sonidos auténticos, brotan de esos silencios llenos de amor y de asombro.

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