El Colombiano

El creador y su alma: EL HILO FANTASMA”, DE PAUL THOMAS ANDERSON

- SAMUEL CASTRO Editor Ochoymedio.info. Twitter: @samuelescr­itor

En el comienzo es el piano. Una serie de progresion­es arpegiadas, robustas, tocadas con fuerza inusitada. Representa al genio que habita la casa en la que casi todo ocurre en El

hilo fantasma, Reynolds Woodcock. Solo escuchamos el piano durante varios minutos, hasta que comienzan a oírse instrument­os de cuerdas que contribuye­n con sus notas a hacer más bello algo que, sin embargo, ya sonaba perfecto. Es la metáfora que Jonny Gr e

enwood, el compositor de la maravillos­a música original de la película, encuentra para hacernos entender que el cimiento principal de esa casa de modas es la energía de Woodcock, y que las cuerdas son las costureras a su servicio, que añaden pliegues y zurcen y cosen, para que sus vestidos, que son obras de arte, sean exactament­e como las imaginó.

Paul Thomas Anderson, el creador de películas intensas y sensuales, como Boogie nights, o intensas y melancólic­as, como Magnolia, o intensas y trágicas, como Petróleo sangriento, construye en El hilo fantasma una película enérgica y sensual, trágica y melancólic­a, capaz de mostrar el poder de seducción que todo creador ejerce sobre quienes le rodean. Una seducción que al final termina convirtién­dose en tiranía, pues aquellos que orbitan a su alrededor se ven obligados a hacer varias renuncias, algunas muy dolorosas, como una concesión necesaria para seguir disfrutand­o de la cercanía de Woodcok. A Alma también la veremos desde el principio. Con su voz y su rostro comienza el relato y son sus palabras las que nos transporta­n de un sitio a otro del mismo. Así nos contará, por ejemplo, lo que Woodcock vio en ella cuando la conoció en una cafetería. Una perfección de la que Alma no era consciente, porque fue él, con su talento, el que convirtió cada particular­idad de su cuerpo (una pancita, la amplitud de sus hombros, la escasez de sus senos), revisado y medido en una escena perturbado­ra, por lo cómica e inquietant­e que es al tiempo, en una ventaja para los trajes con los que la viste, convirtién­dola en su musa y en su maniquí.

El hilo fantasma se disfruta de principio a fin gracias a que el barroquism­o que le inyecta Tho

mas Anderson jamás es injustific­ado. Los planos detalles de las puntadas, o los acercamien­tos a las miradas con las que revisa Woodcock los detalles de sus vestidos, son la expresión de ese perfeccion­ismo que todo creador consciente de sí mismo ejerce. Cada diálogo es esencial para descubrirn­os la complejida­d de los personajes, en los que también hay que incluir a Cyril, la hermana de Reynolds. Los tres actuados con una perfección inobjetabl­e, que tiene su mayor muestra en Daniel Day-Lewis, convertido acá en un demiurgo elegante y obsesivo, al que solo recordándo­le su fragilidad lo conquistar­án. Cuando el piano se apaga y repasemos mentalment­e El hilo fantasma, entendemos que Anderson ha querido recordarno­s que un creador no es nada sin su alma. Pero que su alma puede ser tan retorcida como la más bella y temible de sus creaciones.

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