AHORA TODOS ESTAMOS EN EL GUETO
Durante el viaje de recaudación de fondos del presidente Donald Trump a Beverly Hills, California, este mes, la primera vez que visitó el estado oficial de resistencia desde que se convirtió en presidente, un par de amigos salieron a las calles, junto con cientos de otros, a protestar. Pero la visita estuvo muy bien dirigida, y Trump nunca se enfrentó a la multitud. Lo máximo que mis amigos pudieron hacer, dijeron, fue levantar el dedo medio hacia el cielo mientras su avión volaba sobre sus cabezas.
Es una imagen chistosa, pero también un recuerdo escueto de que tenemos un presidente que diligentemente evita la mayoría del público que está en desacuerdo con él. En el estado más populoso de la nación, las personas salieron a ver a su líder y su líder se negó a aparecer. Esto reforzó algo que yo he sentido desde el comienzo de la era Trump: ahora todos estamos en el gueto.
Yo me crié como negra en South Central e Inglewood, dos barrios de Los Ángeles rechazados y distorsionados por todos los que no viven allí. Deje a Trump el ampliar la idea racial de un gueto para incluir a todos los que no estén de su lado, en otras palabras, a la mayoría de los estadounidenses.
El nuevo gueto es principalmente geográfico. Trump simplemente no va a lugares que considera hostiles ni irrelevantes para su visión del mundo, como Los Ángeles, o la mayoría de campus universitarios, o verdaderos guetos. Más significativamente, él ghettaiza a los disidentes en todas partes, desde activistas de Black Lives Matter hasta oficiales del FBI, ignorándolos e insultándolos (la reputación del FBI es “la peor en la historia”), y crudamente estereotipando (liberales locos, violadores mexicanos).
La cruel alteridad practicada por Trump comenzó hace mucho tiempo en la institución de la esclavitud y fue perfeccionada a lo largo de cientos de años. Después del movimiento de los derechos civiles, se convirtió y endureció en una indiferencia general hacia las crisis raciales, crisis representadas más claramente por barrios pobres.
Trump simplemente extiende esta misma indiferencia reflexiva a otras crisis, y a aquellos a quienes les importa. Piensa que la mayoría de los movimientos por el bien social son una pérdida de tiempo. Son malos para los negocios y los ratings de televisión, y ni hablar de la dominancia masculina blanca, y entonces las relega a las sombras.
Desafortunadamente, los estadounidenses también son muy buenos para negar las verdades, principalmente porque entran en conflicto con nuestros ideales democráticos. Pero incluso el más idealista entre nosotros tiende a ver a los barrios marginales como los ve Trump -intratables, los más bajos en el escalón, por siempre en el lado equivocado de la línea divisoria. Podemos escandalizarnos por la lógica segregacionista de Trump, pero la lógica es fácil de seguir. Un mundo organizado en per- sonas esenciales y no esenciales tiene sentido en Estados Unidos, y siempre lo ha tenido.
La mayor paradoja es que la clase trabajadora y los blancos pobres que han sido marginados por la desindustrialización y el outsourcing se encuentran entre los más firmes partidarios de Trump. Creen que todavía viven en un espacio sagrado porque el presidente realmente los visita. Él realiza mítines con ellos. Él va a sus vecindarios, los busca y los incluye deliberadamente en su pronombre favorito, “nosotros”. Los adula con la idea de que él es uno de su tribu.
Y como hombre blanco, lo es. Pero a pesar de la apariencia de favoritismo, los estadounidenses blancos de clase trabajadora están tan políticamente marginados como los críticos de Trump; están en el gueto también. Si pudieran darse cuenta de eso, los oprimidos en este país podrían lograr una causa común, podrían encontrar fortaleza en números y en una diversidad que nunca ha tenido. El bajo gueto, en otras palabras, podrían por fin ascender
La mayor paradoja es que la clase trabajadora y los blancos pobres que han sido marginados por la desindustrialización, se encuentran entre los firmes partidarios de Trump.