NADIE SABE QUIÉN SOY YO
“Las guerreras del centro” son un grupo de mujeres trabajadoras sexuales del centro de Medellín protagonistas del video performance “Nadie sabe quién soy yo”, de la artista bogotana Nadia Granados; y protagonistas del colectivo “Tejiendo historias”, creado por la vestuarista Melissa Toro.
La semana pasada vi el video performance en el teatro El Trueque y también asistí, en el claustro de Comfama, a una sesión de “Tejiendo historias”, donde al tiempo que se aprende croché también se oye a “las guerreras” contar sus historias.
Se necesita tiempo para digerir el video performance. La retadora artista Granados ha lo- grado con “las guerreras” unas imágenes llenas de simbología donde las mismas protagonistas gritan al mundo sus dolores y angustias, lo que sienten, piensan, son y quieren ser. Mientras el público absorbe en silencio las imágenes, palabras, gritos y gemidos con que “las guerreras” expresan (¿exorcizan?) los avatares del oficio más antiguo y a la vez más duro del mundo, ellas, concentradas, desnudan ante esos desconocidos parte de su propia vida.
(Video: mientras una mano masculina ofrece suavemente rosas rojas a una mujer, obligándola al tiempo a comerse sus pétalos, decenas de palabras obscenas, vulgaridades, humi- llaciones e insultos salen de la boca del hombre formando un batiburrillo que se acumula y oculta la cabeza de la mujer).
¿Por qué hombres y mujeres sienten “derecho” a maltratarlas o humillarlas, solo porque ejercen la prostitución?
Una mujer que quiere comercializar su cuerpo, o que las circunstancias la obligaron a ello, no es menos digna que nadie. Merece el mismo respeto que cualquier persona que ejerce una actividad u oficio honrado para ganarse la vida. El indigno y deshonrado es aquel cuya actividad u oficio impide que la sociedad progrese, como los funcionarios y empresarios corruptos que es- tán deshaciendo a Colombia.
A esas mujeres solo se les podría reprochar que su oficio es peligroso y desgastante para ellas mismas; y a la sociedad hay que exigirle respeto, pues por ejercerlo ellas no pueden ser receptoras de golpes ni humillaciones.
Si existieran buenas oportunidades y posibilidades de educación para todas, muchas no llegarían allá. Además, por engaños o trata de blancas otras se ven obligadas a ejercer la prostitución. El Estado (que somos todos) debe construir condiciones dignas para evitar esa práctica. Y hay que respetarles la decisión a quienes quieran hacerlo