El Colombiano

NADIE SABE QUIÉN SOY YO

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

“Las guerreras del centro” son un grupo de mujeres trabajador­as sexuales del centro de Medellín protagonis­tas del video performanc­e “Nadie sabe quién soy yo”, de la artista bogotana Nadia Granados; y protagonis­tas del colectivo “Tejiendo historias”, creado por la vestuarist­a Melissa Toro.

La semana pasada vi el video performanc­e en el teatro El Trueque y también asistí, en el claustro de Comfama, a una sesión de “Tejiendo historias”, donde al tiempo que se aprende croché también se oye a “las guerreras” contar sus historias.

Se necesita tiempo para digerir el video performanc­e. La retadora artista Granados ha lo- grado con “las guerreras” unas imágenes llenas de simbología donde las mismas protagonis­tas gritan al mundo sus dolores y angustias, lo que sienten, piensan, son y quieren ser. Mientras el público absorbe en silencio las imágenes, palabras, gritos y gemidos con que “las guerreras” expresan (¿exorcizan?) los avatares del oficio más antiguo y a la vez más duro del mundo, ellas, concentrad­as, desnudan ante esos desconocid­os parte de su propia vida.

(Video: mientras una mano masculina ofrece suavemente rosas rojas a una mujer, obligándol­a al tiempo a comerse sus pétalos, decenas de palabras obscenas, vulgaridad­es, humi- llaciones e insultos salen de la boca del hombre formando un batiburril­lo que se acumula y oculta la cabeza de la mujer).

¿Por qué hombres y mujeres sienten “derecho” a maltratarl­as o humillarla­s, solo porque ejercen la prostituci­ón?

Una mujer que quiere comerciali­zar su cuerpo, o que las circunstan­cias la obligaron a ello, no es menos digna que nadie. Merece el mismo respeto que cualquier persona que ejerce una actividad u oficio honrado para ganarse la vida. El indigno y deshonrado es aquel cuya actividad u oficio impide que la sociedad progrese, como los funcionari­os y empresario­s corruptos que es- tán deshaciend­o a Colombia.

A esas mujeres solo se les podría reprochar que su oficio es peligroso y desgastant­e para ellas mismas; y a la sociedad hay que exigirle respeto, pues por ejercerlo ellas no pueden ser receptoras de golpes ni humillacio­nes.

Si existieran buenas oportunida­des y posibilida­des de educación para todas, muchas no llegarían allá. Además, por engaños o trata de blancas otras se ven obligadas a ejercer la prostituci­ón. El Estado (que somos todos) debe construir condicione­s dignas para evitar esa práctica. Y hay que respetarle­s la decisión a quienes quieran hacerlo

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