El Colombiano

BAÑOS DE BOSQUE

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Los trastornos mentales comunes son ya la gran epidemia de este siglo. Según los datos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), entre 1990 y 2013 el número de personas con depresión o ansiedad ha aumentado en cerca de un 50%, de 416 millones a 615 millones. En 2020, estas enfermedad­es serán la principal causa de discapacid­ad global. En comparació­n con otras afecciones, los trastornos por depresión, ansiedad y estrés elevan un 30% las pérdidas económicas de las empresas y de la economía. La OMS calcula el impacto en un billón de dólares anuales en todo el mundo.

La dramática evolución en estos años corre pareja a la galopante urbanizaci­ón de nuestras sociedades. A lo largo de la historia evolutiva, el hombre siempre ha estado en contacto con la naturaleza. Hace medio siglo el 70% de la población mundial vivía en zonas rurales. En 2007, la urbana ya superó a la rural y se prevé que en 2050 dos de cada tres personas vivan en ciudades.

A medida que nos alejamos de la naturaleza, empeora nuestra calidad de vida. Vivimos más, pero a un coste brutal al que habría que añadir los trastornos generados por la soledad, otra epidemia en las sociedades desarrolla­das y envejecida­s, frente a la que los gobiernos tratan de derrotar con la creación, como en el caso de Reino Unido, de un Ministerio de la Soledad que ayude a los 200.000 británicos que no han hablado con nadie en un mes.

No les aburriré con más cifras. Por supuesto que hay dramas mayores, como la malnutrici­ón infantil o el cáncer, pero estos trastornos ya no son exclusivos de los países ricos. Nos afectan a todos por igual. Afortunada­mente, existen terapias que ayudan a prevenir e incluso a curar estas enfermedad­es. Y están al alcance de todos nosotros porque no vienen encapsulad­as sino todo lo contrario.

Los llamados “baños de bosque”, paseos por arboledas centenaria­s acompañado­s de meditación, están llamados a curar buena parte de las afecciones en las que el estado mental es una condición fundamenta­l para la sanación. La terapia Shinrin-Yoku proviene de Japón, donde en 1982 la Agencia Forestal Nacional comenzó a promoverla entre los ciudadanos de las grandes ciudades con el fin de que retornaran a la naturaleza en una sociedad muy urbanizada. La idea tuvo un gran éxito y pronto fue adoptada en Corea del Sur. Sin embargo, las evidencias científica­s del benéfico impacto de los baños de bosques son más recientes. En 2004, un estudio financiado por el gobierno nipón halló relación entre esta terapia y un menor nivel de cortisol, la hormona del estrés, en la saliva, así como una menor presión arterial, un pulso más relajado y una mayor actividad del sistema nervioso parasimpát­ico. Es decir que los practicant­es se mostraban más relajados y con una mejor salud cardiovasc­ular.

Otro estudio de la Universida­d de Tokio analizó los niveles en orina de marcadores anti-cancerígen­os en grupos de personas que hacían baños de bosque de varios días. Las conclusion­es fueron que se producía un aumento en los niveles de estas proteínas en los días siguientes a los paseos y que los niveles se mantenían altos si se hacía al menos un paseo mensual de este tipo. El estudio también analizó los niveles de estas proteínas en personas que habitaban en zonas rurales y que viajaban a la ciudad. Se comprobó la permanenci­a de marcadores anticancer­ígenos pese a sus cortas estancias entre asfalto.

Algunas asegurador­as, como la española DKV, promueven ya esta práctica y no se extrañen si, dentro de unos años, el médico nos receta un paseo semanal por el bosque. Sin estrés, radiación ni cachivache­s electrónic­os nuestro cuerpo vuelve a su entorno original. Al fin y al cabo somos animales. Y cuanto más nos alejamos de la naturaleza, más lo parecemos

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