EL SANTO GRIAL
“Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía entre sus dos manos un Grial. Cuando allí hubo entrado con él, se derramó una claridad tan grande, que las candelas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando sale el Sol o la Luna. Después de esta vino otra que llevaba un plato de plata. El Grial, que iba delante, era de fino oro puro; en este había piedras preciosas de diferentes clases, de las más ricas y de las más caras que haya en mar ni en tierra; las del Grial, sin duda alguna, superaban a todas las demás piedras”. Este es un fragmento de Perceval: El cuento del Grial, de
Chrétien de Troyes, novelista francés del siglo XII. Es un pasaje de la estancia de este caballero, aún joven, en la casa del Rey Pescador, donde tiene ante sus ojos el Grial, tan buscado, pero no se atreve a preguntar por no parecer indiscreto. “Cuánto no se ha escrito sobre este tema”, pregunta monseñor
Jorge Aníbal Rojas. Se cree que en esa copa, José de Arimatea recogió sangre de Cristo cuando lo llevó a su sepulcro, en Jerusalén, donde está la Basílica que lleva ese nombre. “Pero esto es imposible —aclara el religioso—, porque a Jesús no le quedó sangre. Murió de una falla multisistémica y las últimas gotas que vertió, dicen los evangelistas, fueron de agua”.