CRÍTICA ODA A LA CULTURA POP “Ready player one”, de Steven Spielberg
Hace dos meses, en esta misma columna, el título del texto sobre “The Post” de Steven Spielberg era “El espíritu de los tiempos”, pues yo afirmaba en él que esa historia real de los años setentas le hablaba con claridad a una audiencia de hoy, que vive en el presente un momento parecido al de entonces, donde la prensa necesita hacer bien su trabajo para ayudarnos contra unas instituciones corruptas. El mismo título serviría para escribir sobre “Ready player one”, aunque en este caso una historia del futuro le habla a una audiencia de hoy apelando a referencias del pasado, pues buena parte de nuestras conversaciones diarias se nos van discutiendo qué tanto la “vida virtual” que tenemos en las redes sociales o sumidos en los videojuegos, nos están preparando, o no, para la vida real. Para estar en sintonía con ese “espíritu de los tiempos” Spielberg adapta el bestseller de Ernest Cline, donde se relata la historia de Wade Watts, un muchacho que vive en una versión futurista de una favela: un conjunto remolques, apilados uno sobre otro al lado de enormes basurales. Watts, sin embargo, cuenta con OASIS, un mundo virtual donde cada persona que se conecta puede olvidar quién es o dónde vive, y ser lo que quiera. Una premisa que Spielberg exprime al máximo durante la película, llenando cada rincón de la pantalla de referencias generacionales que el espectador más atento estará listo a descubrir: hay gigantes de hierro, personajes de videojuegos o de dibujos animados y carros capaces de volver al futuro. Es tal la cantidad de información en algunas secuencias, que uno se pregunta si no se hicieron de esa forma deliberadamente para que la gente quiera adquirir la copia digital de “Ready player one” apenas esté a la venta y poder así pausar la imagen y apreciar cada detalle. La historia peca por simple. Watts participa en un concurso formulado por el creador de Oasis, para encontrar las llaves que le darán a quien las encuentre el control total de la empresa que lo maneja. Algunos buenos amigos del mundo virtual se unirán en su búsqueda (aunque uno no entiende por qué casualmente todos viven en la misma ciudad del planeta), teniendo en contra al gerente de la compañía de videojuegos rival (un villano infantil y tonto, que Ben Mendelsohn intenta sacar adelante, sin éxito) y a sus secuaces. El mayor problema de “Ready player one” es que a Spielberg le pasa la misma desgracia de la que intenta advertirnos: confía tanto en las posibilidades digitales, que en cierto momento nos desconectamos de la trama, pues el exceso de imágenes generadas por computador, sin referentes reales, nos “saca” del mundo que estamos viendo. Por fortuna, la parte de la historia con personajes de “carne y hueso” impide que nos ausentemos del todo y hace que disfrutemos de la montaña rusa que el virtuoso narrador que es Spielberg nos pone al frente. Al final queda claro que nadie quisiera vivir todo el tiempo en un mundo virtual. Pero eso sí: ¿quién no quisiera conducir un DeLorean si tuviera la oportunidad?