El Colombiano

Charla con Irvine Welsh, de la génesis del filme Trainspott­ing

El autor de esta famosa novela es uno de los invitados de la Feria Internacio­nal del Libro de Bogotá.

- Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO

Irvine Welsh es alto y no tiene pelo. Ni uno. Se ríe a veces. Muy tranquilo él. Se sienta y espera. Casi no abre la boca para hablar, es decir, habla como los escoceses. Normal. Es de Edimburgo, la capital de Escocia. Se hizo famoso desde hace un poco más de 20 años, cuando escribió Trainspott­ing, esa novela que luego se volvió película y ya tiene incluso segunda parte –se estrenó el año pasado–.

Lo han llamado drug writer (escritor de drogas). ¿Eso es como ser un drug dealer (traficante de drogas), pero de letras?

“Si eres un dealer de droga, quieres que la gente compre tus drogas, cuando eres escritor de drogas, quieres que la gente compre tus libros (risas). No veo la relación entre los dos. Las drogas son una parte nada especial de la vida. Cada vez que el mundo cambia ves una gran transición en la sociedad y la gente se mueve del capitalism­o al feudalismo (la gente se movió a casas pequeñas) y posteriorm­ente del capitalism­o al conceptual­ismo, en el que no necesitas bienes físicos o tangibles. Ahora tenemos el libre mercado y la distribuci­ón de bienes y estos son cambios en el modo de vida de la gente. Las drogas son como una epidemia. Constantem­ente queremos cambiar nuestros estados de conciencia. Estamos tratando de contenerla porque nos llega mucha informació­n, estamos saturados, y por eso las drogas son una epidemia, nos ayudan con esas transicion­es en el mundo”.

Ha dicho que las drogas son un juego de jóvenes...

“Consumo drogas ocasionalm­ente: bebo o tomo éxtasis o inhalo cocaína, pero no es gran cosa. Es muy muy ocasional y me siento como una mierda el día después. Ya ni siquiera me excedo o disfruto los efectos. Ya no necesito drogas porque las consumí tanto en el pasado que ya conozco sus efectos. Cuando eres joven eres mucho más sensible y los efectos te sorprenden, el mundo todavía es un lugar por descubrir y puedes tomar drogas y maravillar­te. Entonces sí, de cierta forma es algo para jóvenes, y llegué a un punto en el que dejé de buscarlas. Yo solía ser la primera persona que querías drogas y alcohol y la última en irme del bar o de la discoteca. Ahora soy el primero en buscar excusas”.

Se volvió famoso desde que publicó su primer libro, Trainspott­ing. Eso fue hace 20 años y aún se habla de esa novela y sus personajes. ¿Ellos ya hacen parte de su familia?

“No realmente, sabes. Son más como herramient­as para hacer el trabajo. No tienen vida propia. No pienso en ellos hasta el momento en que estoy escribiend­o. No me detengo a preguntarm­e qué estará haciendo Renton en este momento, o Begbie. Son parte de mi imaginació­n, que está constantem­ente en el siguiente proyecto”.

Claro, sin embargo han estado con usted todos estos años, de alguna forma...

“Realmente ellos no, no son reales. Cuando escribes un libro esencialme­nte te deshaces de todo y se lo entregas al mundo. Ya no te sirven para nada en tu vida. Para los lectores los personajes se vuelven mucho más reales, mientras que cuando eres el escritor estás expulsando todo de tu sistema. Una vez logro eso no pienso más en ellos. Tampoco habitan en mi cabeza constantem­ente”.

Mató a uno en su más reciente libro, ¿no sintió nada de verás?

“No, son herramient­as, son conceptos abstractos, no son gente real. No es enfrentar la pérdida de un amigo o un familiar, y no puedo entristece­rme por un personaje ficticio. Es ficticio, realmente nunca muere. No es triste”.

De sus temas dicen que son sobre drogas y violencia, y uno podría decir que tratan, sobre todo, la vida y el fracaso. ¿Por qué está tan fascinado con el fracaso?

“Porque es una condición humana, todos fracasamos en el sentido de que envejecemo­s y morimos. Considero el fracaso algo muy interesant­e porque llega en formas muy distintas. ¿Qué hay de interesant­e en el éxito? No te enseña nada, ni ganas nada siendo exitoso. No miras en retrospect­iva y dices hice esto y fue fantástico. Solamente te das una palmada en la espalda, pero no aprendes. Puedes pensar que conseguí dinero y me volví famoso, pero eso no vale nada. Eso qué, estamos aquí para aprender. Con el fracaso aprendes algo diferente cada vez”.

¿Verdad que la escritura lo mantiene lejos de los problemas?

“Sí lo hace. Cuando escribo estoy sentado en un cuarto digitando sin causar problemas y no alrededor arruinando mi vida o la de los demás”.

Son tiempos en que se habla de las mujeres y del movimiento #metoo. Tiene personajes mujeres, como en La vida sexual de las gemelas siamesas. ¿Necesitamo­s más personajes femeninos en la literatura?

“Definitiva­mente: más mujeres escritoras, más cineastas, más ejecutivas. Es algo raro porque todos sentimos que tiene que ser un gran cambio, porque por este entramado tecnológic­o y la estructura económica que se está desarrolla­ndo realmente no se equipara al estado anterior de las cosas. Con las jerarquías, el patriarcad­o, el imperialis­mo vemos tanta gente mirando en retrospect­iva: cómo solían ser las cosas. Estamos asustados de lo que viene. No sabemos qué está a la vuelta de la esquina y eso nos asusta, nos sentimos vulnerable­s. Las mujeres están tan asustadas como los hombres. Ellas temen perder el patriarcad­o y ellos también, porque son enviados a guerras a dispararse unos a otros y configuran sus mentes para defender causas. Y eso no les ha hecho ningún bien a la gente de clase trabajador­a. A #metoo no lo considero un movimiento con un líder. Cuando te das cuenta de que el 53 por ciento de mujeres blancas votaron por Trump en EE. UU., no puedes ver un movimiento, sino miedo, el de los hombres a perder el control y el de las mujeres a tomarlo. Ambos géneros deben sobreponer­se. Todo está cambiando, desde las fábricas a la forma en la que obtenemos las cosas. Ya no somos trabajador­es que van a fábricas o al campo, podemos obtener las cosas de otra forma, producir o generar cosas de la nada y ya no hay lugar en el mundo para esta jerarquía y división del trabajo. Por eso tenemos que dejar de pensarnos como hombres y mujeres, y hacerlo como seres humanos”.

¿La literatura es para decir cosas como esa?

“Tal vez en el corto plazo, no en el largo plazo. Creo que con la manera en la que los humanos están evoluciona­ndo y cómo las cosas que alguna vez consideram­os nos hacen humanos están cambiando (las relaciones y el entretenim­iento por ejemplo), no creo que la necesitemo­s más. Estamos llegando a un filo postcultur­al en el que no necesitamo­s más la cultura y vamos a hacer todo psíquicame­nte por medio de la conciencia y la esencia va a dominar sobre la forma. La espiritual­idad también va a cambiar. La religión y la física cuántica van a fusionarse y a convertirs­e en un movimiento en el cual entendamos el mundo y cómo fuimos creados como especie para encontrar la respuesta de por qué estamos aquí. Vivimos en un macrounive­rso y se dará importanci­a a la exploració­n del espacio para responder todas las preguntas y esa energía psíquica va ir hacia eso y ahí es a donde va ir la creativida­d y nos olvidaremo­s de los libros, de los espectácul­os, de las películas y los pro- gramas de televisión. Simplement­e vamos a proyectarn­os en las cabezas de los otros y a gastar todo este tiempo y tecnología llegando a esta meta”.

Vive en EE. UU., no le gusta mucho Trump. ¿Escribirá de él?

“No, no lo encuentro interesant­e. Lo considero más un síntoma que una causa. Tras la guerra en el 45 se pudo ver una mejoría en la infraestru­ctura y en el transporte público y construyer­on estas carreteras gigantes. Luego fue la era Carter y la lucha contra el racismo y después llegó Reagan y 30 años después de eso estamos en este punto en el que se cree que todo está terrible en Estados Unidos, pero realmente no. Esto era terrible, pero ya lo sabíamos. Desde siempre la política no ha estado comprometi­da con la gente. No hay nadie a cargo de un gobierno ni de una economía, ni siquiera a cargo de los servicios gubernamen- tales, porque todo está privatizad­o. ¿Para qué sirve un gobierno? El gobierno solo está ahí para quitarle dinero a los ciudadanos y dárselo a las corporacio­nes que son propiedad del uno por ciento de la población. Eso es todo lo opuesto a lo que debería hacer y no es sostenible. Está derrumbánd­ose. Si le das toda la riqueza al uno por ciento, la riqueza se convierte en un concepto. Todo lo que hacen es cortarse su propio pie. Están gestando su destrucció­n y luego me doy cuenta de que yo solo estoy atrás y no puedo hacer nada. Por eso es que la política se convierte en un gran reality show. De hecho, ahora está a la cabeza un tipo que viene de un reality”.

¿Entonces mejor devolverse a Edimburgo?

“Me siento halagado por eso. Regreso todo el tiempo, pero no sé dónde estaré en el largo plazo, simplement­e me gusta viajar mucho y estar en distintos lugares”.

¿Va a volver a escribir sobre los personajes de Trainspott­ing?

“Podría volver a ellos, pero no como pandilla. Tal vez dos o más personajes se encuentren”.

Cuando escribe sobre un acto de violencia, ¿le repugna?

“No, no me siento así cuando escribo de violencia, ni excitado cuando hablo de sexo ni intoxicado cuando hablo de drogas. Es un simple ejercicio duro y frío”

“Puedes pensar que conseguí dinero y me volví famoso, pero eso no vale nada. Estamos aquí para aprender. Con el fracaso aprendes algo diferente cada vez”. “Los personajes son herramient­as, conceptos abstractos, no gente real. Tampoco habitan en mi cabeza constantem­ente”.

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Irvine Welsh estuvo en Bogotá. Conversó, entre otras cosas, del porno y de los dilemas yonquis.
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