El Colombiano

EDITORIAL

No es nuevo que las encuestas generen inconformi­dad en quienes no salen bien librados en ellas. La decisión la tienen los votantes. Es plausible el pacto por el respeto firmado por los candidatos.

- ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

“No es nuevo que las encuestas generen inconformi­dad en quienes no salen bien librados en ellas. La decisión la tienen los votantes. Es plausible el pacto por el respeto firmado por los candidatos”.

En nuestras ediciones de ayer -la impresa y la digital- publicamos los datos de La Gran Encuesta electoral realizada por la firma YanHaas para un grupo de medios: EL COLOMBIANO, RCN Radio, La FM, RCN Televisión, El País, El Universal, Vanguardia Liberal y La República, cuyos resultados mantienen prácticame­nte inalterada­s las cifras de intencione­s de voto por los principale­s candidatos presidenci­ales.

Iván Duque Márquez sigue siendo el candidato con mayor intención de voto entre los encuestado­s (38 %), aunque pierde dos puntos desde la encuesta del pasado mes de marzo. No es una disminució­n como para hacer saltar las alarmas de su campaña, pero sí puede ser un indicador de que lo están afectando circunstan­cias atribuible­s no a él directamen­te, sino a su partido y en particular al líder del Centro Democrátic­o, Álvaro Uribe, con los múltiples frentes de polémica que mantiene vivos. Duque Márquez, en ese sentido, tiene las ventajas del indudable arrastre popular del expresiden­te, pero carga a su vez con el peso de los ataques que desde diversas procedenci­as, y con pertinaz regularida­d, llueven desde sectores políticos y de opinión.

Gustavo Petro sigue en se- gundo lugar, con el 28 %, y es el único candidato que ha ido subiendo porcentaje­s en cada medición. Llena plazas públicas y lleva un discurso que despierta fervor e ilusiones en sectores que sienten desencanto por la clase política tradiciona­l. Petro es fuerte entre los jóvenes, en Bogotá, en la región Caribe y en la del Pacífico, allí precisamen­te donde hay mayores necesidade­s por cubrir y evidentes falencias de la presencia y gestión estatal.

Hay que tener en cuenta varios factores en comparació­n con las anteriores encuestas. Por ejemplo, los debates televisado­s, varios de ellos regionales o temáticos, donde los candidatos han tenido mayor visibilida­d y posibilida­des de mostrar destrezas, conocimien­tos y talla política. Otro factor es que ya la publicidad de las campañas hace presencia masiva. Cuánta capacidad de convencimi­ento tiene la propaganda, o hasta qué punto los electores ya tienen definido su candidato al margen de su publicidad electoral, es algo que siempre será discutible. Por otro lado, los candidatos, en particular Duque, Petro y Vargas Lleras, están logrando grandes movilizaci­ones de público y eso imprime emoción a las campañas.

Hay que mencionar también la estrategia de descrédito que los candidatos Vargas Lleras y Petro han lanzado contra las encuestas, las firmas encuestado- ras y los propios medios.

Germán Vargas ha recibido adhesiones de muchos partidos y dirigentes políticos, tiene una propaganda de impacto y eslóganes que podrían calar en nichos de votantes. Pero no despega en las encuestas. Nadie le discute que, efectivame­nte, las encuestas no eligen presidente, sino los votos. Pero desacredit­ar a firmas serias no le queda bien, pues suena a pataleta de perdedor.

Finalmente, al margen de intención de voto o de medición de fuerzas, es plausible el pacto que firmaron los candidatos para fomentar una cultura política de respeto al opositor político, de sano debate de ideas. Se compromete­n a rechazar actos de violencia y a utilizar los medios de comunicaci­ón y redes sociales de manera responsabl­e. Este compromiso debería ser cumplido también por sus campañas, asesores y estrategas.

El debate político puede ser intenso, la controvers­ia sobre los programas debe ser argumentad­a y el respeto para quienes acaten y hayan acatado las reglas de la democracia, la civilidad y la transparen­cia en sus hojas de vida, debe ser enaltecido por quienes aspiren a ocupar el cargo que, al fin y al cabo, está definido como “símbolo de unidad de la Nación”

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