EDITORIAL
No es nuevo que las encuestas generen inconformidad en quienes no salen bien librados en ellas. La decisión la tienen los votantes. Es plausible el pacto por el respeto firmado por los candidatos.
“No es nuevo que las encuestas generen inconformidad en quienes no salen bien librados en ellas. La decisión la tienen los votantes. Es plausible el pacto por el respeto firmado por los candidatos”.
En nuestras ediciones de ayer -la impresa y la digital- publicamos los datos de La Gran Encuesta electoral realizada por la firma YanHaas para un grupo de medios: EL COLOMBIANO, RCN Radio, La FM, RCN Televisión, El País, El Universal, Vanguardia Liberal y La República, cuyos resultados mantienen prácticamente inalteradas las cifras de intenciones de voto por los principales candidatos presidenciales.
Iván Duque Márquez sigue siendo el candidato con mayor intención de voto entre los encuestados (38 %), aunque pierde dos puntos desde la encuesta del pasado mes de marzo. No es una disminución como para hacer saltar las alarmas de su campaña, pero sí puede ser un indicador de que lo están afectando circunstancias atribuibles no a él directamente, sino a su partido y en particular al líder del Centro Democrático, Álvaro Uribe, con los múltiples frentes de polémica que mantiene vivos. Duque Márquez, en ese sentido, tiene las ventajas del indudable arrastre popular del expresidente, pero carga a su vez con el peso de los ataques que desde diversas procedencias, y con pertinaz regularidad, llueven desde sectores políticos y de opinión.
Gustavo Petro sigue en se- gundo lugar, con el 28 %, y es el único candidato que ha ido subiendo porcentajes en cada medición. Llena plazas públicas y lleva un discurso que despierta fervor e ilusiones en sectores que sienten desencanto por la clase política tradicional. Petro es fuerte entre los jóvenes, en Bogotá, en la región Caribe y en la del Pacífico, allí precisamente donde hay mayores necesidades por cubrir y evidentes falencias de la presencia y gestión estatal.
Hay que tener en cuenta varios factores en comparación con las anteriores encuestas. Por ejemplo, los debates televisados, varios de ellos regionales o temáticos, donde los candidatos han tenido mayor visibilidad y posibilidades de mostrar destrezas, conocimientos y talla política. Otro factor es que ya la publicidad de las campañas hace presencia masiva. Cuánta capacidad de convencimiento tiene la propaganda, o hasta qué punto los electores ya tienen definido su candidato al margen de su publicidad electoral, es algo que siempre será discutible. Por otro lado, los candidatos, en particular Duque, Petro y Vargas Lleras, están logrando grandes movilizaciones de público y eso imprime emoción a las campañas.
Hay que mencionar también la estrategia de descrédito que los candidatos Vargas Lleras y Petro han lanzado contra las encuestas, las firmas encuestado- ras y los propios medios.
Germán Vargas ha recibido adhesiones de muchos partidos y dirigentes políticos, tiene una propaganda de impacto y eslóganes que podrían calar en nichos de votantes. Pero no despega en las encuestas. Nadie le discute que, efectivamente, las encuestas no eligen presidente, sino los votos. Pero desacreditar a firmas serias no le queda bien, pues suena a pataleta de perdedor.
Finalmente, al margen de intención de voto o de medición de fuerzas, es plausible el pacto que firmaron los candidatos para fomentar una cultura política de respeto al opositor político, de sano debate de ideas. Se comprometen a rechazar actos de violencia y a utilizar los medios de comunicación y redes sociales de manera responsable. Este compromiso debería ser cumplido también por sus campañas, asesores y estrategas.
El debate político puede ser intenso, la controversia sobre los programas debe ser argumentada y el respeto para quienes acaten y hayan acatado las reglas de la democracia, la civilidad y la transparencia en sus hojas de vida, debe ser enaltecido por quienes aspiren a ocupar el cargo que, al fin y al cabo, está definido como “símbolo de unidad de la Nación”