El Colombiano

TOM WOLFE HIZO QUE TODOS HABLARAN SOBRE ÉL

- Por KURT ANDERSEN redaccion@elcolombia­no.com.co

En el verano después del noveno grado, 1969, cuando presté un libro de Tom Wolfe de la Biblioteca Pública de Omaha, no tenía una idea real de quién era, aunque él ya ha- bía sido una celebridad durante algunos años. No tan famoso como mi escritor viviente favorito en ese momento, Kurt

Vonnegut, pero lo suficiente­mente famoso como para que el Sr. Vonnegut en la crítica halagadora sobre el primer libro del señor Wolfe en este periódico en 1965, escribiera: “Todo el mundo habla de él”.

Su segundo libro, “The Electric Kool-Aid Acid Test”, hizo explotar mi mente de 14 años. Las revelacion­es no se referían tanto al miasma contracult­ural de las drogas y las travesuras y las realidades alternativ­as que describía; mi hermana mayor me había introducid­o a la marihuana y mi hermano mayor tenía una banda psicodélic­a llamada Naked Afternoon. Más bien, era la escritura, el periodismo como nunca lo había leído, simpático, evocador e inventivo, pero también agudo, preciso y mordaz. Él había sido incrustado con estos monstruos pero no se volvió nativo, y re- gresó con una bella y perfectame­nte coherente crónica de aventuras medio locas.

Leyendo a Tom Wolfe el verano antes de empezar la secundaria fue lo que me hizo decidir a convertirm­e en escritor de profesión.

Entre los inventores del Nuevo Periodismo en la década de 1960, solo Joan Didion tenía un genio comparable para representa­r esa era de extravagan­cia y gilipollez con tanto rigor mientras sucedía, pero a diferencia de ella, el Sr. Wolfe estaba en el lado de Hunter Thompson-Terry Southern-Nora Ephron del panteón, escritores dispuestos a encontrar la comedia.

Lo cual explica por qué, cuando Graydon Carter y yo estábamos soñando la revista Spy en los años 80 como un híbrido de periodismo y sátira, el Sr. Wolfe era uno de nuestros modelos. Él se había hecho nombre con un artículo burlándose de The New Yorker (“Tiny mummies the true story of the ruler of 43rd street’s land of the walking dead!”) (¡Momias diminutas! La historia real del gobernante de la Tierra de los muertos vivientes de la calle 43), así que naturalmen­te Spy se burló de The New Yorker una y otra vez. Incluso le pedimos que contribuye­ra, pero respetuosa­mente se negó -estaba terminando una novela, nos informó, su primera a la edad de 56 años.

Cuando llegué a mi siguiente posición de editor en jefe, en New York Magazine, mi visión fundamenta­lista era hacerla lo más parecida posible a la New York a la cual el Sr. Wolfe (y la Sra. Ephron) habían sido contribuid­ores fundadores 20 años antes. Después de ser despedido de esa posición en poco tiempo, sentí que era hora de cumplir mi sueño de escribir ficción. No a conciencia modelé mi primera novela, “Turn of the Century”, sobre la primera novela del Sr. Wolfe, “La hoguera de las vanidades”, pero era un periodista de revista de mediana edad, y era una gran comedia social panorámica en Nueva York sobre los medios y la gente rica y el fracaso, así que cuando la mitad de las críticas y artículos la compararon con “Hoguera”, simplement­e me callé y sonreí.

Claro que el Sr. Wolfe ha sido una influencia sobre mí, incluso cuando no era consciente de ello. Él tenía casi nada de educación en la historia de arte o arquitectu­ra, pero impertinen­temente se atrevió a publicar “La palabra pintada” (1975) y “De bahaus a nuestra casa” (1981). Yo tenía la misma ausencia de educación, y en 1984 me atreví a convertirm­e en el primer crítico de arquitectu­ra y diseño de Time.

Me han complacido las historias de su bondad personal en mi feed de Twitter desde que murió el lunes, a los 88 años -y me han sorprendid­o, dado el antagonism­o multifacét­ico que provocó con gusto por medio siglo

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