UBER DEBERÍA “HACER LO CORRECTO” PARA SUS TRABAJADORES
El 15 de mayo, la compañía Uber anunció que ya no requeriría que sus empleados, conductores o pasajeros se sometan a arbitraje en casos de acoso y agresión sexuaEl. La decisión llegó después de docenas de acusaciones de abuso por pasajeros y empleados, y una promesa del nuevo presidente ejecutivo de Uber de “hacer lo correcto, punto”.
Uber no está sola en crear una excepción para reclamos de acoso sexual; Microsoft y Lyft han promulgado una excepción similar para sus empleados. Pero ninguna de estas compañías ha eliminado el arbitraje para otros tipos de reclamos, como la discriminación racial, ni han acordado eliminar las cláusulas complementarias que prohíben los juicios colectivos u otras demandas grupales.
El arbitraje es un procedimiento informal, en el cual un árbitro, usualmente alguien que trabaja frecuentemente con el mismo empleador, decide sobre el reclamo de un empleado. Es un sustituto pobre para una corte de leyes, con reglas de evidencia desequilibradas e inconsistentes. Cuando se combina con la prohibición de la actividad grupal, el arbitraje obligatorio puede disuadir a los trabajadores perjudicados de presentarse en primer lugar.
Los tecnicismos de las reglas de arbitraje son lúgubres, por lo que ha llevado al movimiento #MeToo a resaltar por qué son tan injustos para los empleados. Los sobrevivientes de acoso y agresión sexual han exigido con razón el fin de la práctica, en la que los procedimientos se mantienen secretos. Los empleadores de alto perfil están respondiendo a esta crítica cínicamente, en el mejor de los casos, acordando eliminar el arbitraje obligatorio sólo para los reclamos # MeToo.
Investigadores han demostrado que el arbitraje individual lleva a menos victorias y menos recompensa monetaria para los trabajadores. Un estudio reciente por la profesora Cynthia Estlund, de la Escuela de Leyes de New York University, también revela que los empleados limitados por las cláusulas de arbitraje casi nunca presentan quejas, probablemente porque saben que el arbitraje no será bueno para ellos. Ella estima que entre 315.000 y 722.000 casos de discriminación de pago y beneficios, discriminación por salud e incapacidad, edad, sexismo, racismo, acoso y robo salarial que de otro lado habrían ido a la corte están cayendo en un “agujero negro” cada año.
Es por el tremendo crédito del movimiento #MeToo que los estadounidenses están hablando tan abiertamente sobre el abuso desproporciona- do que enfrentan las mujeres en el trabajo. El enfoque actual sobre el acoso sexual y la violencia corporal, sin embargo, no debe cegarnos ante otras indignidades en el lugar de trabajo. Ser engañado por el pago de horas extras o el salario mínimo no es menos violación ni lo es la discriminación por enfermedad o edad. Cada una de ellas es una afrenta que debe tratarse de manera adecuada en un tribunal estatal o federal.
Es por eso que el proyecto de ley del Senado que sólo exime los casos de acoso sexual del arbitraje forzado es inadecuado. El movimiento #MeToo debería, en cambio, respaldar la Ley de Arbitraje Equitativo, que eliminaría la práctica para todo tipo de reclamos de empleo y consumidores. En este punto, una ley federal es la única cura: la jurisprudencia prácticamente no impone límites al arbitraje obligatorio.
El procurador general bajo el presidente Barack Obama respaldó la opinión de la junta laboral: que es ilegal impedir que los trabajadores actúen juntos. Pero el procurador general del presidente Donald Trump tomó la medida ex- traordinaria de cambiar de bando y presentó un escrito de “amigo de la corte” en nombre de los empleadores.
“Si la Corte Suprema decide que las exenciones de demandas colectivas son perfectamente legales, va a continuar la tendencia a hacer difícil hacer cumplir leyes salariales de cualquier forma sistemática”, dijo Shannon Liss-Riordan, abogada para conductores de Uber y otros trabajadores de bajos ingresos.
Ninguno de nosotros debería dejarse engañar por gestos corporativos de solidaridad. Uber, una empresa global cuyo personal es 62 % masculino y cuyos conductores en promedio, se estima, netan menos de US$10 por hora, arriesga poco al eximir sólo los reclamos de acoso sexual y asalto del arbitraje forzado e individualizado. Los casos de acoso son notoriamente difíciles de ganar, especialmente sin la evidencia agrupada, el apoyo y los recursos de los litigios colectivos. Para desatar todo el poder de #MeToo, debemos luchar por mucho más: un relanzamiento de la economía que comienza con la acción colectiva y el acceso desenfrenado a los tribunales