LADRONES DE ARENA
El voraz apetito de arena de las ciudades provoca un aumento de las sequías, más inundaciones, menos resistencia de las costas...
El segundo recurso natural que más se consume en la Tierra después del agua no es el petróleo ni el gas. Es la arena, aunque parezca increíble, con la que edificamos nuestras ciudades y fabricamos gran parte de los materiales necesarios para la vida actual. Vivimos literalmente sobre castillos de arena, algo más sólidos, no mucho más, que los que levantábamos junto a las olas del mar de chiquillos. Y resulta que, al actual ritmo de urbanización de nuestro planeta, la arena se ha convertido en un bien escaso y codiciado, tanto como para que existan ladrones de arena y un jugoso mercado negro en el que se trafica con este polvo arcilloso.
Leo en un apasionante reportaje publicado en el suplemento dominical del diario español “El País” que, desde 2000, este tráfico ilegal ha hecho desaparecer ya del mapa nada menos que 25 islas menores de las 17.500 que componen Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo y uno de los más amenazados en sus ricos ecosistemas de todo el mundo. Un ritmo de devastación que se acelera en todo el planeta.
¿Por qué? Porque todo lo que nos rodea contiene arena: el vidrio, el asfalto, los aparatos electrónicos. Hasta los plásticos, los cosméticos o la pasta de dientes. Entre otras propiedades, la arena es crucial para dar consistencia a todos ellos. Pero su principal uso es la construcción, que consume una cuarta parte de la arena del mundo. Debido a los granos angulares y desiguales de la arena de playa, esta se adhiere mejor al hacer cemento; de ahí que el boom inmobiliario devore cantidades ingentes de este recurso. Tanto que entre el 75 % y el 90 % de las playas del mundo están mermando, además de por efecto del cambio climático, por la extracción industrial.
Según Naciones Unidas, el 54 % de la población mundial vive en zonas urbanas y se prevé que la cifra aumente hasta el 66 % en 2050, con China e India a la cabeza. Este desarrollo urbano devora arena. Veamos algunos ejemplos, una casa de tamaño medio necesita 200 toneladas; un hospital, 3.000; un kilómetro de autopista, 30.000. Cada año se extraen unos 59.000 millones de toneladas de materiales alrededor del mundo; hasta el 85 % es arena para la construcción.
El voraz apetito de arena de la ciudades provoca un aumento de las sequías, más inundaciones, menor resistencia de las costas ante las tormentas y tsunamis, e incluso la proliferación de enfermedades infecciosas, como la malaria. Pero no solo son las urbes las que tragan are- na como locas. Los países con mayores recursos están arrebatando su arena a los más pobres para construir islas artificiales por doquier. China, Vietnam, Malasia y, sobre todo, Singapur expanden sus territorios utilizando ingentes cantidades de arena. Singapur ha crecido un 20 %, unos 140 kilómetros cuadrados, en los últimos 40 años. Para ello, ha invertido unos 637 millones de toneladas de arena. Y todavía pretende extenderse 100 kilómetros cuadrados más antes de 2030.
Las reservas comienzan a escasear y los precios de la arena se han disparado un 200 %. Normal que Marruecos pretenda anexionarse el Sáhara Occidental, territorio en el que España levantó un fuerte antes incluso de descubrir las Indias y que fue provincia española hasta 1975. Abandonada a su suerte, esa inmensa legua de arena donde nada crecía, una tierra yerma habitada por tribus beréberes más pobres que las ratas, dispone ahora de unas reservas inmensas de arena de valor incalculable. Quién se los iba a decir a esos pobres desgraciados sobre los que los traficantes no tardarán en abalanzarse. El desierto es oro