El Colombiano

EL ESCALAFÓN DEL PODER Y LOS DESEOS

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Las elecciones son el rito máximo del poder. Sus oficiantes, los candidatos celebran el evento que congrega el furor y la deliberaci­ón de los pueblos. Tal intensidad explica que la campaña para procurarse el favor multitudin­ario se realice cada cuatro años, en su edición suprema.

Si fueran más frecuentes, estas carreras a presión en pos de la favorabili­dad pública harían colapsar tanto a los aspirantes al cetro como a la ciudadanía. Más a aquellos, claro está, porque los pretendien­tes se juegan íntegra su vida anterior con tal de ser investidos de una naturaleza incomparab­le.

En el siglo VI antes de nuestra era floreciero­n en Grecia unos poetas que prepararon las futuras glorias de Pericles y de los escritores de tragedias. La vida de uno de ellos, Simónides

de Ceos, fue novelada por la anglo-sudafrican­a Mary Renault (1905-1983), especialis­ta en aquellos tiempos cuando se fraguaba la democracia.

En “El cantante de salmos” pone en boca de su protagonis­ta la siguiente reflexión: “Como un rasgo de gentileza para con los mortales, los dioses han puesto en el corazón de la mayoría de los hombres el deseo de ser amados y reconocido­s, aun cuando ambicionen el poder; el poder es una prueba. Algunos, cuando lo logran, se conforman con comprar muestras de afecto y castigar a los que no se lo prodigan; estos son los déspotas”.

El griego antiguo establece así una jerarquía en el elenco de deseos del hombre. En primer lugar están el amor y el reconocimi­ento, es decir, el ser acogido por los demás de acuerdo con las personales capacidade­s y méritos o esfuerzos.

El poder es asunto subalterno. Más que un deseo es una ambición. Y en vez de ser un punto de llegada es una prueba, o sea un tanteo, un experiment­o. No todos alcanzan el poder, quienes lo logran se someten al aprendizaj­e de los deseos fundamenta­les, amor y reconocimi­ento. El problema es que, una vez instalados en el poder, algunos se engolosina­n. Pretenden aferrarse a él sin advertir que apenas es un ensayo de lo verdaderam­ente importante. Hay dos maneras de atornillar­se, mediante el halago o con el castigo. Estos son los caminos del déspota. Desde la infancia ilustrada de Occidente, los sabios de media humanidad entreviero­n la respuesta a las dos preguntas cruciales: de qué se trata la vida y de qué no se trata la vida

El poder es asunto subalterno. Más que un deseo es una ambición. Y en vez de ser un punto de llegada es una prueba, o sea un tanteo.

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