OFICIO DE VÍSPERAS
“La democracia no es más que un mecanismo para elegir y autorizar gobiernos, no un tipo de sociedad ni un conjunto de objetivos morales.(…) La democracia es sencillamente un mecanismo de mercado: los votantes son los consumidores, los políticos son los empresarios”. ( C.B. Macpherson, La democracia liberal.)
En vísperas de elecciones a lo menos que estamos obligados los colombianos es a reflexionar sobre la democracia. En teoría, al menos, ya que en la práctica la democracia entre nosotros es simplemente un remordimiento. Nadie ignora que en nuestra patria el espacio democrático se ha reducido al ejercicio del sufragio. Votar es salvar la democracia, reza un eslogan, y todos creemos que la conciencia democrática queda tranquilizada por el solo hecho de acudir a las urnas.
Podría ser cierto. El voto es un capítulo de la democracia, el principal, si se quiere, el “sine qua non”, pero no se agotan en él su contenido, sus exigencias ni sus aspiraciones. No siempre (y no hay que ir muy lejos ni muy atrás de nuestra historia para comprobarlo) un gobierno elegido por el pueblo gobierna democráticamente. La democracia es mucho más que elegir. Cuando se ve reducida solo a ello es cuando se convierte en “mecanismo de mercado”, de que habla el pensador canadiense citado al principio. Y los políticos, los politiqueros, por eso, nos dejan la hostigosa sensación de mercaderes, de mercaderistas políticos. Con la mentira y el engaño como instrumento de su quehacer proselitista. Por eso se venden y se compran votos en la forma más desfachatada de mercantilismo democrático.
Por eso también, en forma más taimada, las campañas electorales, bajo la batuta de caciques, gamonales, caudillos, se montan sobre ofrecimientos clientelistas, prebendas y auxilios. Mermelada, que llaman ahora. A los políticos no les interesa la democracia como forma de gobierno; la esgrimen en elecciones porque es el único modo de seguir teniendo la sartén por el mango. Bajo la piel de las democracias se agazapan otras “cracias”, como la oligocracia, la plutocracia, la aristocracia, la autocracia, etc. También la acracia revolucionaria. Solo que todas se disfrazan de democracia. Decía don Gregorio Mara
ñón: “No sé. Muchas veces el antiliberal da la impresión de que solo aspira a ser, algún día, liberal por su cuenta, sin tener, para serlo, que pedir permiso a los liberales” (Ensayos liberales). Liberal, conservador, comunista, de derecha o de izquierda... Eso es democracia: poder ser lo que uno es sin tener que pedirle permiso a nadie. Aunque no se gane en las urnas. Lo digo como consolación. O como desconsuelo