Inofensivamente rubia: Sexy por accidente, de Abby Kohn y Marc Silverstein
Que el humor sea lo más difícil de hacer en las artes narrativas no es una verdad nueva. Pero tal vez lo que sí sea nuevo es la dificultad adicional que tienen los humoristas en estos tiempos insensatos de corrección política, pues además de hacer reír, ahora nuestra sociedad, que vive en una especie de indignación colectiva y continua, les exige que el chiste sea gracioso pero no ofenda a nadie. Que no se burle ni de las mujeres ni de los negros (ya deben estar alistando la carta de protesta algunos lectores) ni de los políticos, ni de las causas benéficas, ni de las personas con alergia a las frutas (como pasó recientemente en Inglaterra ante un chiste en una película infantil), ni de nadie, porque de lo contrario una caterva de ceños fruncidos, que sostienen en sus manos antorchas digitales, dirigirá hacia ellos su odio y los obligará a retractarse. A eso hemos llegado: a que haya que retirar un chiste. Escribo esta introducción para señalar que el principal problema de Sexy por accidente (terrible adaptación del más claro y honesto título en inglés
I feel pretty) es presentarnos a una Amy Schumer inofensiva, una versión descafeinada y deslactosada de la comediante que ha conquistado a medio mundo gracias a la mezcla en sus rutinas de humor de grueso calibre y falta de pudor para burlarse de sí misma. Lo que Abby Kohn y Marc Sil
verstein nos muestran (como directores y como guionistas, doblemente culpables) es una historia que se cuida en demasía de ser ofensiva con alguien: sus posibles villanos nunca lo son, porque seguramente les dio miedo burlarse de las mujeres ricas o de las flacas exitosas. Ni siquiera logran orientar sus cañones contra la industria cosmética, porque en mitad de la historia la crítica a su desconexión de raíz con las mujeres de verdad se desvanece. Lástima que Sexy por acci
dente no mantenga el tono del comienzo, una serie de secuencias en que la crítica es más filosa, cuando nos presentan a Renee, el personaje de Schumer, una mujer normal que tiene que lidiar con ciertas costumbres odiosas que hemos admitido, como esa que de repente permitió que las tiendas de ropa le digan de frente a la clientela que no tenga cuerpo escultural, que mejor busque su talla en la tienda online (por eso Renee trabaja en esa parte de la operación de la empresa cosmética) pues en las tiendas normales no hay espacio para ellos. A este comienzo prometedor también se le baja el volumen, cuando la trama entra en el terreno más convencional del “cambio mágico de vida”, que además tiende a simplificar el problema con las convenciones de belleza: es cierto que la confianza de cada quién es factor fundamental para sobrevivir a la banalidad, pero pensar que eso es suficiente, como ocurre en alguna escena, es de una ingenuidad, que sólo admiten las películas familiares de Disney. Sexy por accidente funciona como comedia. Pero igual que un aire acondicionado ruidoso, que cumpla con su objetivo, no significa que funcione bien.