UN PAÍS PARA TODOS
Desde que los narcotraficantes brotaron como maleza en el suelo nacional, los colombianos hemos sido estigmati- zados en el mundo entero. Injustamente nos han metido, casi por parejo, en el mismo costal: Nos han negado visas, nos han mirado de reojo en los aeropuertos y nos han esculcado las maletas hasta descoserlas porque han supuesto que todos, por tener el mismo pasaporte, hacemos parte de uno o de otro cartel al servicio de la delincuencia. Pues no, obviamente no.
Y como si no estuviéramos hasta la coronilla de esa etiqueta nociva que nos han impuesto en el extranjero, de un tiempo para acá también tenemos que padecerla los antioqueños en nuestro propio territorio, ¡qué desgracia tan infinita!
No creo en la “raza” paisa. Tampoco que seamos descendientes directos del Espíritu Santo ni que tengamos capacidades excepcionales para los negocios, sean limpios o sucios. Creo que la corrupción, la viveza maluca y el “tumbis” no tienen un origen geográfico único ni determinado, sino que se dan silvestres a lo largo y ancho del país e, incluso, más allá de sus fronteras.
Después de la elección presidencial reciente, vía Twitter, una joven muy “sensata” le pide a Dios “que Hidroituango explote y borre a Antioquia del mapa”. Eso, niña boquisuelta, se llama xenofobia, que según la ONU, “supone todo tipo de distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública. Se manifiesta a través de acciones discriminatorias o expresiones abiertamente hostiles y deliberadas de odio hacia los extranjeros”. En este caso, hacia “el otro”. Estamos tan desunidos que hasta dentro del mismo país nos rechazamos, como si no fuera el de todos.
Soy crítica y enemiga de la cultura del “avispao”. Reconozco que somos propensos a los atajos, pero no por ello los estoy justificando ni naturalizando. Solo que no todos los paisas somos paracos ni mafiosos y tampoco estamos dispuestos a venderle el alma al diablo. Y no siempre el ingenio paisa debe asociarse con malandrines que violan la ley.
Paisas ingeniosos y avispados también han sido Tomás Carrasquilla, Fernando González, Pedro Nel Gómez, Débora Arango, Fernando Botero, Agustín Jaramillo Londoño y Ángela Restrepo, entre una lista que, por larga, es imposible transcribir aquí. Como seguramente estos nombres poco les dicen a los
más jóvenes, hablemos de otros paisas ingeniosos más contemporáneos: María Clara Moreno Serna, Rigoberto Urán, Edwin Rendón, Catherine Ibargüen, Viancy Isaza Zapata, Fernando Gaviria, Manuela Gó
mez, Piso 21, Aldemar Correa y Santiago Arroyave, por ejemplo. Les queda la tarea de buscar los que no conozcan para saber por qué los menciono.
Tenemos infinitos vacíos y una crisis profunda de valores, en especial en las últimas dos generaciones, como se evidencia a diario en nuestras calles y aún lejos del país, verbigracia el comportamiento de unos hinchas colombianos en Rusia registrados en videos hace pocos días. Sin embargo, meto las manos al fuego por un montón de gente anónima que veo a mi alrededor todos los días, con tanta calidad humana que, incluso contra el peor pronóstico, me hace pensar que sí hay con quién. ¡Ojalá! ■