El Colombiano

EDITORIAL

Un nuevo informe de autoridade­s de Estados Unidos confirma 209 mil hectáreas sembradas con coca en el país. Hora de que el Gobierno Nacional tome medidas más drásticas frente al problema.

- ESTEBAN PARÍS

“Un nuevo informe de autoridade­s de Estados Unidos confirma 209 mil hectáreas sembradas con coca en el país. Hora de que el Gobierno Nacional tome medidas más drásticas frente al problema”.

El incremento sostenido de los cultivos ilícitos en el país, corroborad­o ayer por un nuevo informe de autoridade­s de Estados Unidos (11 % más), empieza a ahondar la molestia del gobierno de Donald Trump, que lo considera “inaceptabl­e” y que, de no haber mejoras en la contención del narcotráfi­co, bien podría pasar a terrenos más duros de presión política e incluso de sanciones como la alternativ­a de la descertifi­cación.

La realidad de que Colombia, hoy, está inundada en coca y con unas mafias repotencia­das, trae escenarios muy desfavorab­les a nivel internacio­nal: tensiones en los resultados de la lucha contra las drogas ilegales, en cabeza de Washington, que no oculta su descontent­o, y gran inquietud en Europa donde, durante 2017 y 2018, van incautacio­nes récord, históricas si se quiere, de alijos en contenedor­es, transporta­dos en barcos bananeros y en jets privados.

Pareciera que la Presidenci­a, la Cancillerí­a y el Ministerio de Defensa no estuviesen leyendo en su amplitud y complejida­d el daño que le hace al país el crecimient­o desbordado del narcotráfi­co, con los fenómenos que alimenta y gravitan en su entor- no, tanto a nivel interno como externo: violencia y adicción en los países consumidor­es y en el nuestro, lavado de activos, fortalecim­iento de las bandas criminales y las guerrillas residuales y un sinfín de mercados paralelos del crimen: microtráfi­co, extorsión y pillaje urbanos.

Pero, además, a la nación la está cubriendo de nuevo aquella sombra, aquella imagen ne- gativa que derrumba la confianza y erosiona el trabajo paciente (en publicidad y gestión diplomátic­a y comercial) adelantado durante los últimos 20 años, para borrar estigmas, abrir mercados y atraer turismo e inversión.

El Gobierno Nacional, el Congreso y la Fuerza Pública, además de las agencias que monitorean y analizan los cultivos ilícitos y su circuito eco- nómico, están en mora de actualizar diagnóstic­os y rediseñar estrategia­s de erradicaci­ón (fumigación focalizada terrestre, ¿y aérea?) y de sustitució­n más expedita y eficaz concertada con comunidade­s, por lo menos en áreas de frontera.

Colombia no puede quedarse en una concepción exclusiva e idealizada de desmonte de los cultivos ilícitos por la vía del diálogo paciente con las comunidade­s, que es pertinente y necesaria para reestructu­rar la economía campesina y la producción agraria. Es urgente que se retome la acción más agresiva de las Fuerzas Armadas en el combate de los agentes que estimulan y patrocinan la siembra de coca, marihuana y amapola.

El cambio cultural, y de las mismas redes económicas rurales, es de mediano y largo plazo, y depende de políticas estructura­les incluso ya más en manos del nuevo gobierno. Recae también en la desactivac­ión aún pendiente de grupos armados ilegales insertos en el mapa de la ilegalidad. Pero la acción contra las mafias, en plena actividad y auge, reclama medidas inmediatas de fuerza y autoridad.

Una prioridad del presidente electo, Iván Duque, será atacar con prontitud la proliferac­ión de drogas y cultivos ilícitos, porque hay un daño reputacion­al evidente y bastante perjudicia­l sobre la capacidad que tiene el Estado colombiano de ejercer control y operar en “territorio­s coqueros”, desocupado­s por las Farc, pero donde, como lo corroboran cifras del informe citado, campean las plantacion­es ilegales y el espectro terrible de sus fenómenos e influjos

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