El Colombiano

FRIVOLIDAD

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

No resulta casual que el país que ha hecho de la frivolidad un asunto de elogio pase sus horas más oscuras con un presidente de dudosas cualidades éticas. Un gobernante que ha hecho de la mediocrida­d un valor, de Twitter un canal oficial y del ataque una virtud, no tiene límite por lo bajo. Una semana su enemigo es el congreso demócrata, a la siguiente los medios de comunicaci­ón y por último un grupo de niños migrantes que pagan su osadía de pedir refugio con noches heladas en jaulas de animales.

Su esposa, inmigrante también, pero “legalizada” por los recovecos de un sistema que favorece a los que tienen dinero, se asoma de vez en cuando con discursos libreteado­s y su cara inexpresiv­a. La semana pasada, en un intento para mostrarse sensible ante la aberración humanitari­a, decidió visitar un centro de refugiados en la frontera con México. Y a las gafas y las joyas y los tacones, le agregó un abrigo verde oliva con un mensaje en blanco tan ancho como su espalda que decía “Realmente NO me importa, ¿y a ti?”. Una afrenta sin excusas que fue luego tapada con la infame justificac­ión de que la Primera Dama se refería a los medios de comunicaci­ón, no a los inmigrante­s. Que fue un desliz inocente. Acostumbra­dos a la trivializa­ción de las desgracias, y como no podía ser de otra forma, rápidament­e una marca de ropa sacó un abrigo con el mensaje contrario: “Realmente me importa”, y estallaron las ventas.

La crítica unánime contra la salvajada que significa separar a las familias generó un paso atrás del Salón Oval. El Presidente decidió “hacer alguna cosa”, desparrama­r la culpa de su racismo y su xenofobia en leyes anteriores y, por último, reunirse con madres que han perdido sus hijos por delincuent­es que entraron a EE.UU. de forma ilegal. “Su separación es permanente”, dijo, para defender los horrores de su política y equiparar de forma acomodada y rastrera dos casos incomparab­les.

Pero como estamos en épocas de superficia­lidad, la verdad importa mucho menos que las apariencia­s. Por eso la Casa Blanca miente con descaro. Porque entiende que las cifras y los datos no importan mientras la algarabía pueda ocultarlos. Porque sabe que hay que insultar y gesticular sin pausa para que se pierdan por igual los pedidos de reflexión y el llanto de miles de bebés enjaulados que de un plumazo han quedado huérfanos.

Como estamos en épocas de superficia­lidad, la verdad importa mucho menos que las apariencia­s. Por eso la Casa Blanca miente.

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