El Colombiano

COLOMBIA, PAÍS DE RUPTURAS

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

El gobierno Santos no tuvo la capacidad de ocupar con el Estado las tierras dejadas por las Farc. Creyó que con darles a los jefes de la subversión la prematura jubilación para que gozaran de sus riquezas acumuladas a través del delito y unas curules en el Congreso, la paz estaba garantizad­a.

En medio de esos equívocos, se ha venido originando un nuevo conflicto. El asesinato de líderes sociales y defensores de derechos humanos – genocidio que recuerda la desaparici­ón de la Unión Patriótica hace algunos años– alcanza cifras dramáticas. Según Indepaz, entre el primero de enero del 2016 a mayo del 2018, van 385 homicidios. La Defensoría del Pueblo los estima en 311. La Policía afora las muertes y asesinatos en 178. Sea una u otras cifras, el panorama es sombrío. No es el remate de la gestión, poco afortunada, de un presidente que no hizo sino proclamar en el exterior que la paz había llegado a un país después de medio siglo de conflicto armado.

¿Quiénes son los autores de tantos crímenes? Parece que, como en Fuenteovej­una, todos a una. Y esos todos son las disidencia­s de las Farc, el Eln, las bandas del crimen organizado. En concierto se disputan la mejor tajada en el negocio del narcotráfi­co, de la minería ilegal, en la recuperaci­ón de las tierras devueltas a aquellos a quienes se les despojaron por la fuerza. Delitos enmarcados en la impunidad y ausencia de un Estado que ha dejado a su suerte a las comunidade­s que alguna vez estuvieron bajo los fusiles y el amedrentam­iento de las Farc. Las mismas que ahora padecen a otros actores igualmente siniestros, que le dan manivela al círculo vicioso de la violencia.

En esta hemorragia que desangra la paz firmada en La Habana, ha sido inoportuna y desafortun­ada, por decir lo menos, la interpreta­ción desafiante del ministro de Defensa, Luis

Carlos Villegas. Implícitam­ente ha justificad­o estos hechos criminales, argumentan­do que no pocos han sido por líos de faldas, por temas de linderos, por peleas sobre rentas ilícitas y aun porque algunas víctimas que aparecen como líderes sociales no eran sino miembros de redes de apoyo a bandas criminales. Y en una forma provocador­a y escapista, que no se compadece con lo que está pasando, remata negando que esta ola criminal pueda obedecer a una sistematic­idad.

Las marchas de protestas que se contaron en más de 50 ciudades colombiana­s y 33 del exterior -París, Madrid, Berlín, Sidney, Ciudad de México, entre muchas– le están diciendo al mundo que Colombia no es tierra estéril para el revanchism­o. El mundo civilizado al mirar tan tenebrosa contabilid­ad de asesinatos, se pregunta si esa era la paz que le sirvió a Santos para ganarse el Nobel. Y si violada, persistimo­s en demostrar que este sigue siendo un país de rupturas y conflictos.

Ahí está la herencia amarga que en materia de seguridad deja Santos. Todo como consecuenc­ia de haber cogido su gobierno hace 8 años, 50 mil hectáreas de coca sembrada y entregarlo con 210 mil, incremento como para empañar su placa de Nobel de la Paz...

El mundo civilizado al mirar tan tenebrosa contabilid­ad de asesinatos, se pregunta si esa era la paz que le sirvió a Santos para ganarse el Nobel.

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