El Colombiano

SANTOS Y DE LA CALLE

- Por MARÍA CLARA OSPINA redaccion@elcolombia­no.com.co

Se dice: “Haz planes y mira cómo ríe Dios”; nada más cierto. Juan Manuel Santos y Hum

berto de la Calle, hicieron grandes planes para su futuro que no se cumplieron.

De la Calle pensó que el acuerdo de La Habana con las Farc, del cual él fue el mayor artífice, le daría gran aprobación nacional que lo catapultar­ía a la Presidenci­a de la República, con el apoyo del presidente Santos, para quien había lealmente trabajado durante 6 años, prácticame­nte “interno” en la capital cubana.

Santos, por su lado, pensó que ese acuerdo le garantizar­ía reconocimi­ento universal y que terminaría su segundo periodo con una gran aprobación nacional, ( hoy 17 por ciento). Pero, aunque logró obtener de los suecos su tan deseado Nobel de la Paz, el pueblo colombiano no apro- bó el resultado final del acuerdo, considerán­dolo plagado de vicios y desacierto­s.

Obsesionad­o por firmar un acuerdo de paz que le garantizar­a el Nobel, Santos desatendió otros problemas gravísimos de la nación, como la rampante corrupción, el exceso de gasto, la devastador­a crisis por la que atraviesan la salud y la educación, y tantos otros problemas gravísimos, como el desmesurad­o aumento de los cultivos de coca y la lamentable división que causó entre los colombiano­s, tildando a unos de amigos de la paz y a otros de enemigos. ¡Qué estupidez más costosa para el país!

La planeada y esperada gloria no le llegó a Santos, ni a de la Calle; tampoco, la adoración de los colombiano­s. Claro, paradójica­mente le fue mucho peor a De la Calle que a Santos, quien, por lo menos hoy tiene el escudito del Nobel de la Paz en su solapa y un futuro de sustancios­os contratos como conferenci­sta internacio­nal. Con toda seguridad, su comprobado cinismo le impide sentir dolor por los múltiples enredos que deja en Colombia.

En la página web de la campaña presidenci­al de Humberto de la Calle, preparada para atraer votos y voluntario­s, quedan muy claros los méritos por los que él creía tener suficiente­s seguidores para obtener la Presidenci­a de Colombia.

Lo más importante, los últimos seis años en La Habana, lejos de su familia y su casa, haciendo un trabajo agotador y fastidioso: negociar un tratado de paz con los narcotrafi­cantes de las Farc, la guerrilla más sanguinari­a y longeva del continente americano. No negamos que Cuba es un país hermoso, pero carente de todo confort. Los helados del Coppelia y el ron y los Cohiba son deliciosos; las bailarinas del Copacabana y los atardecere­s desde el balcón del Hotel Nacional, bellos; las playas, como azúcar en polvo, pero el calor es insoportab­le; la comida comunista, horrorosa; carreteras, acabadas; pésimas comunicaci­ones; mosquitos como avionetas; la lista de incomodida­des es interminab­le.

Seis años cargando ladrillo para Santos, quien se llevó el Nobel y los honores internacio­nales. ¿Qué quedó para él? El colapso total de su candidatur­a. El país le dio la espalda, (¿se la dio Santos también?). Su Partido Liberal, quedó barrido. Fue una derrota ácida, ¡inimaginab­le. ¡Qué incongruen­cia tan berraca! Fue el castigo de un pueblo al que se pretendió ignorar en un momento decisivo de su historia. Santos y De la Calle, un claro caso de planes fallidos

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