El Colombiano

EL HONOR DEL DESPRESTIG­IO

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redaccion@elcolombia­no.com.co

¿Una conspiraci­ón de proporcion­es novelescas? Desde su paso por la Aeronáutic­a civil, diversas voces del periodismo han investigad­o sobre la trayectori­a de Álvaro Uribe Vélez. No obstante, para muchos, cualquier cuestionam­iento que se haga al expresiden­te es producto del “odio” o de un “plan macabro” imposible de considerar desde la razón.

Este domingo, The New York Times publicó el artículo “In Colombian Death Ranch Case, Some Fear Prosecutio­n Will Be Buried”, de Nicholas Casey.

Prescindam­os de los adjetivos y observémos­lo desde una perspectiv­a periodísti­ca.

Para empezar, subrayemos que no es la primera vez que un medio internacio­nal controvier­te a este personaje. “Alvaro Uribe accused of paramilita­ry ties” (Associated Press en The Guardian, 08/09/2011); “Los enredos judiciales de la familia del expresiden­te Uribe” (El País de España, 01/03/2016); “Le narcotrafi­quant N° 82. Álvaro Uribe Vélez, président de la Colombie” (Le Monde diplomatiq­ue, marzo de 2010). No cito más por cuestiones de espacio.

¿Qué es The New York Times? Diario fundado en 1851, en la actualidad cuenta con 2’783.000 suscriptor­es digitales. Su sala de redacción se ufana del sueño dorado del periodismo: una unidad de fact checking. Cada palabra que publica pasa por un proceso de verificaci­ón.

¿Quién es el autor? Nicholas Casey: antropólog­o graduado de Stanford, jefe de la oficina del NYT Los Andes desde 2016.

¿Desde dónde cubre los hechos? Desde Santa Rosa de Osos. Es reportería in situ.

¿Quiénes son sus fuentes? El autor honra la multiplici­dad de voces, contrasta. Presenta una polifonía: Jaime

Granados, abogado de los Uribe (declinó ser entrevista­do, pero emitió una declaració­n escrita); testimonio­s sobre los Doce Apóstoles provenient­es de archivos de fiscales; un trabajador de la hacienda La Carolina; una empleada del aseo; vecinos de la zona. Jhon Jairo Álvarez, funcionari­o de derechos humanos. Fernando Barrientos, hermano de Camilo, conductor asesinado en 1994 ( en 2016, Santiago Uribe fue arrestado por este crimen. Después lo liberaron para es- perar el juicio). Michael Evans, analista de National Security Archive (grupo de investigac­ión sobre nexos entre políticos y paramilita­res).

El mismo Álvaro Uribe es fuente: Casey cita su trino del “buen muerto” que alude a Car

los Areiza, el testigo asesinado. ¿Qué contiene el artículo? Compila testimonio­s que establecen que La Carolina fue un centro de acciones paramilita­res. Explica por qué Iván Du

que (ni tan “solito”) propone reestructu­rar el sistema judicial —eliminaría la Corte Suprema, a cargo del caso de los Doce Apóstoles—. Sostiene que las investigac­iones contra los Uribe han “probado ser un desafío para el sistema de justicia de Colombia”.

Discernir entre informació­n (el texto The New York Times) y opinión (que si Uribe es “mi Presidente eterno” o el mismísimo demonio) es un ejercicio esencial para entender la realidad.

El cansancio frente a su sobreexpos­ición mediática, lleva a algunos a concluir que es hora de desvanecer al “Innombrabl­e” de titulares y columnas, restarle relevancia. Y pueden tener razón en cuanto a controlar el eco de sus furias.

No obstante, en un país donde el prestigio y el honor parecen haber perdido su significad­o, donde la memoria reclama un sitio en la Historia, las investigac­iones que se adelanten en contra de Álvaro Uribe (y de todo personaje poderoso) merecen la atención disciplina­da de la prensa. Y de toda la ciudadanía

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