El Colombiano

BARRIO La otra historia de barrio Antioquia

Pista de aterrizaje, barrio popular y hasta zona de tolerancia son algunas facetas de este sitio.

- Por VANESA RESTREPO ROBINSON SÁENZ

Un pelo corto y canoso y unas cuantas arrugas enmarcan la cara de Rosalba Restrepo, una de las matronas que conocen el barrio Antioquia mejor que nadie, porque aquí ha pasado toda su vida. La historia del barrio se revive, todos los días a las 9:00 a.m., en los labios de Rosalba y de su comadre Blanca Inés Torres, de 65 años, en medio de tintos servidos en vasos plásticos, con el bullicio de la calle 25 —la principal del barrio— como telón de fondo.

“No nos engañemos y no nos digamos mentiras, el barrio es pesado en algunas cosas (...) pero le digo pues que aquí uno tiene lo que necesita y, si es buena persona, no se va a meter con las cosas malas”, dice Rosalba, quien ya cumplió 72 años.

Sus padres llegaron al barrio antes de que ella naciera, desde Amagá donde el padre trabajaba como cotero. Un traslado laboral los trajo hasta Medellín y el sitio más barato y central que encontraro­n para vivir fue precisamen­te este.

Los recuerdos de la infancia de Rosalba están llenos de salidas con su madre a lavar la ropa a las quebradas La Guayabala y La Tenche, de lámparas de petróleo porque “si no había agua, menos iba a haber luz” y de corridas nocturnas de casa en casa porque — cuentan las mujeres— que las balas de la guerra entre liberales y conservado­res también zumbaron por aquí.

Hablamos de los años 40, cuando el barrio ya tenía unos 30 años de conformado, pero no tenía infraestru­ctura.

La zona de tolerancia

El otro hecho que marcó la infancia de ellas, y la de toda su generación, ocurrió cuando la Alcaldía de Medellín declaró al barrio como zona de tolerancia, mediante el decreto No. 517, firmado por el entonces alcalde Luis Peláez Restrepo y su secretario de Gobierno, Alfonso Restrepo M., el 22 de septiembre de 1951, apenas cuatro días después de su posesión oficial.

El documento obligaba a que todas las cantinas y prostituta­s de cualquier otra zona de tolerancia de la ciudad se trasladara­n al barrio Antioquia y disponía de asesores para que “las señoritas honestas” y sus familias pudieran alquilar y vender casas en otros barrios de la ciudad.

EL COLOMBIANO informó en su edición del 25 de septiembre de ese año que la noche anterior las cantinas de Lovaina habían cerrado y que las trabajador­as sexuales llegaron al barrio que las recibió en silencio y con las luces apagadas.

Tres días después, el periódico abrió con una foto de los estudiante­s y sus padres, protestand­o por el barrio, con una imagen de la Virgen María, exigiendo que se frenara la invasión de “la escuela de vicio y corrupción”.

El evento se llamó la Marcha de la Angustia, pero no llegó a su fin porque esa misma noche el Alcalde y su secretario de Gobierno se pronunciar­on públicamen­te y dijeron que si no se cumplía el decreto, dejarían sus cargos.

“Nos hemos acostumbra­do a pensar en el agua y en la luz y a fuerza de ello hemos colocado por debajo de la mesa los problemas morales de la que en otro tiempo fuera nuestra buena ciudad (...) Hoy no hay un ciudadano que dé una solución mejor que la propuesta por el Gobierno”, dijo en ese entonces Restrepo.

Durante esa época de los años 50, el precio de la propiedad raíz se disparó en el ba-

rrio, pues muchos empresario­s querían montar bares en sus enormes casas.

Tal fue la desesperac­ión de los que no querían abandonar el barrio, que en diciembre de 1951 le enviaron una carta al entonces Ministerio de Higiene pidiendo que intervinie­ra, que llevara medicament­os para combatir las infeccione­s sexuales y que se intercedie­ra para que el alcalde frenara sus decisiones.

“En el barrio hay 16.000 habitantes obreros, 2.500 niños, cuatro escuelas, dos igle-

sias (...) el decreto fue dictado con el propósito de arrojar a nuestro barrio todo el vicio y la corrupción de la ciudad. Cerraron las iglesias y se ha querido implantar en cada uno de nuestros hogares un prostíbulo”, dice la carta firmada por Luis Echeverri y Margarita Zapata, presidente­s del Comité Cívico del barrio.

Llega el progreso

Peláez dejó la Alcaldía cinco meses después de su posesión, pero no precisamen­te por el escándalo. El historia-

dor Germán Suárez Escudero aseguró que el alcalde era más un hombre de negocios que tenía múltiples compromiso­s y eso contribuyó a su salida.

“La zona de tolerancia sobrevivió unos meses más hasta que la presión de la Curia fue más fuerte y se tumbó, al mismo tiempo se creó la parroquia de la Santísima Trinidad y el barrio cambió de nombre”, contó Suárez.

Algunos años después se construyó lo que hoy es la carrera 65 y, según el historiado­r, esa fue la señal de desarrollo que necesitó el sector para renacer.

Hoy el barrio alterna casas con grandes industrias, talleres mecánicos y muchos negocios de comidas. Uno de ellos, con apenas un año de funcionami­ento, se convirtió en referente para los vecinos, pues allí se crearon los buñuelos rellenos de queso mozzarella. O al menos eso presume María Kluge, una empleada.

El dueño del negocio es Derlebys Marín, quien pasó 18 de sus 24 años vendiendo almidón y un día empezó a vender desayunos. Hoy el local funciona las 24 horas y se ha tenido que mudar tres veces por falta de espacio. Blanca dice que le gusta visitarlo porque cuando se oculta el Sol, el barrio es como un pequeño pueblo dentro de una gran ciudad

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FOTO Arriba, las calles del barrio Trinidad o Antioquia. En el recuadro, el cuadro de Gardel, en el Patio del Tango. Abajo, la fábrica de buñuelos rellenos.
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