SOBRE CORREGIR Y REVERSAR
Fui a pedirle un consejo al padre Nicanor, pero por un imprudente comentario mío el tío se enfurruscó, se le subió el Ochoa y salí regañado. Me habló con sequedad.
-Ni creas, hijo, que voy a decirte qué debes hacer. Usa tu buen juicio y haz lo que tu conciencia te dicte. Mucha gente pide consejo por descargar su responsabilidad y quienes aconsejamos caemos en la tentación de creer que para todo tenemos formulitas mágicas o milagrosas. No me gusta el “consejerismo”, sea del que a todas horas y para todo pide consejo, sea del que en todo momento da consejos. -Usted, tío, se vuelve hasta odioso cuando se pone repelentón. Déjelo así. No he dicho nada. Ya veré yo si me equivoco y si después tengo que echar reversa. Mejor me voy.
-Hasta luego, muchacho. Pero para que no pasés por la cocina y le digás a Mariengracia que te vas como perro regañado, óyeme solo una cosa.
-Diga, padre. Y lo escucho por simple educación, que conste.
-Así me gusta verte: bravo, frentero. La autocompasión no es buena actitud a la hora de buscar solución a los problemas. Por lo demás, tú acabas de revelar lo que realmente te angustia. Has dicho que ya verás si te equivocas y tienes que echar reversa. -Sí, eso dije. -Y ahí está la madre del cordero. A la hora de las decisiones hay que respetar en uno y en los demás el derecho a equivocarse y el deber de revertir, o reversar, para que nos entendamos.
-Revertir o reversar, me importa un bledo la diferencia. Yo soy de una generación que no acepta equivocarse, que no echa reversa. -Lo sé, hijo mío. Uno oye en el ámbito público lemas un poco fantasiosos, como “pa’ delante y sin reversa”, o desafiar con el consabido “no tiene reversa”. O la otra bravuconada, tan paisa, de “un paso atrás, ni pa’ coger impulso”.
-Y así debe ser. Lo que pasa es que ustedes los viejos se rinden y acaban siendo condescendientes, contemporizadores.
-Nosotros los viejos, muchacho, acabamos cosechando el fruto de nuestras equivocaciones, de las reversas, de las correcciones. Es lo que llaman madurez. -Senectud, mejor. O viejera, para ser más exactos.
-Escuche, joven. Los inventos que han hecho progresar a la humanidad son el resultado de innumerables equivocaciones, de volver a empezar de cero. La evo- lución es un camino de errores y de correcciones. Tus logros personales, en cualquier campo, son un juego de intentos fallidos y de reversas. La perfección, hijo, la perfección, es como jugar golosa con las equivocaciones.
-¿Entonces? -No descartes nunca la equivocación a la hora de tomar una decisión y tal vez no tengas que echar marcha atrás. Pero si te toca, hazlo con elegancia, sin autocompasión, sin culpabilidades agazapadas. Aceptar la equivocación es, en el fondo, la esencia del perdón. Del perdón que pedimos a Dios y del que ofrecemos y solicitamos a los demás. Y del que nos merecemos de nosotros mismos. - Pues, tío, usted acabó dándome consejos, es decir, reversando.
-La vida es eso, muchacho: el arte de equivocarse y de reversar