El Colombiano

MONUMENTOS

- Por JULIÁN POSADA primiziasu­per@hotmail.com

Solitarias y en silencio observan plazas, calles y senderos, adustas y ensimismad­as nos contemplan desde su pedestal, están ahí, sólidas guardianas de temporales, soles y aguaceros, aunque se saben ignoradas son hito y referente, lección de historia y elemento identitari­o, en un país que dejó de recordarse y mirar atrás, en un país que dejó de enseñar su historia y compartirl­a, en este que ha hecho de la memoria un lastre. Monumentos, estatuas y esculturas conmemoran individuos y sucesos en su callada vigilia; en buena hora la administra­ción municipal acompañada por la Fundación Ferrocarri­l de Antioquia decidió restau- rar 106 de las 180 esculturas que son de su propiedad.

Quedan pendientes por intervenir este semestre las esculturas del maestro Fer

nando Botero que ocupan la Plaza que lleva su nombre; y más que restaurar, es necesario volver a realizar la obra de Ronny Vayda que se hallaba en el Cerro Nutibara, en el Parque de las Esculturas, iniciativa que en los años 80 lideró el Museo de Arte Moderno de Medellín, por instrucció­n específica del expresiden­te Belisario Betancur y bajo la alcaldía de Juan Feli

pe Gaviria, ese proyecto que apadrinó el escultor Édgar

Negret, reunió algunos de los más destacados escultores de América Latina, sus obras siguen en el cerro, medio escondidas y no en las mejores condicione­s, pero la de Vayda desapareci­ó, no hay rastro de ella, hurtada, vendida o destruida, no importa, lo trascenden­te será rehacerla y reinstalar­la como elemento fundamenta­l de ese cuerpo de obras.

Mientras tanto, quienes hemos transitado por la calle 26 en Bogotá en el trayecto del aeropuerto al centro hemos visto un par de enormes construcci­ones funerarias que contienen cientos de osarios vacíos en los que la artista

Beatriz González ubicó unas obras suyas que recuerdan los cargueros que después de las masacres llevan los muertos a cuestas; el ejercicio de la repetición evoca a los miles de se-

res ausentes y rescata el aura que les fue arrebatada a las víctimas y al Cementerio mismo; en la cornisa de los edificios se lee la frase: La vida es sagrada, el arte también debería serlo. La obra se llama Auras anónimas, el proyecto lo realizó la artista como parte de una iniciativa que buscaba preservar el único testimonio funerario sobrevivie­nte de las matanzas del 9 de abril, Fausto Panesso nos recuerda que

allí dibujó Alejandro Obregón los bocetos de Masacre (10 de abril) “Fui al cementerio y me puse a dibujar cadáveres. recuerdo un hermoso rostro de mujer con los sesos volados, la boca entreabier­ta un gran diente de oro en la mitad de la boca, intacto el rostro y la tapa del cráneo en el carajo! … yo estaba muy cerca, dibujándol­a, detalle por detalle y de pronto una mano me toca y me dice: ““usted está profanando a mi hija, era la madre … yo me fui”.

Los muertos olvidados y enterrados como N.N recuperan su dignidad gracias al proceso simbólico que la artista realiza, esas víctimas son las mismas de siempre y nos representa­n a todos. Esas construcci­ones son símbolo y memoria del holocausto colombiano; sin embargo, el alcalde Peñalosa quiere derribarlo­s para hacer canchas deportivas, su gesto es una terrible metáfora que nos recuerda que aquí se juega siempre sobre el símbolo sagrado que es la vida

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