Amar como en el cine: “Las estrellas de cine nunca mueren”, de Paul McGuigan
Hubo un tiempo en que el cine era el lugar de las historias de amor más espléndidas, capaces de superar cualquier obstáculo y de imponerse ante cualquier realidad. Sin embargo, vivimos tiempos cínicos y hoy hasta en las comedias románticas, que deberían defender la idea de la pasión ideal, se imponen las historias de personajes que dudan, que sospechan, que viven un amor tan normalito, tan parecido al de la gente de carne y hueso, que hemos olvidado lo que significa amar como en el cine. Por eso es refrescante que siga en cartelera una película como Las estr ellas de cine nunca mueren, de Paul McGuigan, que exige de nosotros una entrega sin vacilaciones al romance. Basada en las memorias del actor Peter Turner, la película relata el enamoramiento que vivió a finales de los setenta con Gloria Grahame, una actriz que supo ser una estrella de Hollywood veinte años antes y que había revivido su carrera gracias a su participación en series televisivas y a su éxito en los escenarios teatrales a ambos lados del Atlántico.
Annette Bening nos regala una actuación soberbia —que tendría que haber sido más reconocida en la temporada de premios— encarnando a Grahame con una combinación de glamur, chispa y sensualidad, que nos hace caer rendidos a sus pies, igual que Peter. El muchacho se ha enamorado de ella nada más con intercambiar un par de frases y una pieza de baile, en una escena preciosa, que nos permite recordar también el talento de Jamie Bell, casi veinte años después de que nos asombrara protagonizando Billy Elliot. Su habilidad para la danza sigue intacta, pero ahora además es capaz de convencernos con algunos gestos y con la intensidad de su mirada, de la entrega absoluta que siente este joven por una mujer que en ese momento lo doblaba en edad. Gracias a sus excelentes interpretaciones disfrutamos de una historia de
amor que conmueve y desarma cualquier prejuicio que pudiéramos tener. El director, Paul McGuigan, con la inestimable ayuda de su directora de fotografía, Urszula
Pontikos y su equipo de arte, crean unas transiciones preciosistas que conectan de manera ingeniosa el presente de la historia con los distintos flashbacks, para entender mejor cómo se ha desarrollado el romance. Además, queriendo seguramente hacer un homenaje a las películas de la época en que Grahame vivió su esplendor como actriz, Las estre
llas de cine nunca mueren usa ciertas técnicas antiguas para resolver algunas escenas (como una puesta de sol junto al mar que parece hecha en estudio) que aumentan la sensación de estar viendo una película de otros tiempos, más ingenuos, es verdad, pero también más sinceros. “No deberías mirarme de esa manera”, canta Elvis Costello en una canción escrita específicamente para esta película. Pero Gloria y Peter se miran y se enamoran, y nosotros de ellos y nosotros con ellos. En tiempos como los que vivimos, tal vez el cine no debiera tener una misión más importante que esta: hacernos creer de nuevo en el más puro amor.