El Colombiano

STRIPTEASE EN EL CONGRESO

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Desde el siglo XIX, los escándalos han sido inherentes al funcionami­ento del Congreso de Colombia. Hacen parte de su paisaje. Obedecen a su razón de ser y de operar. La elección de José Hilario

López –cuatrienio de 1849 a 1853– se dio en medio de un zafarranch­o monumental. Las barras amaestrada­s para ejercer la violencia, amenazaban a quienes se oponían a su elección que se hizo por el Congreso. Los dos candidatos conservado­res que le disputaban la presidenci­a, José Joaquín Gori y Rufino Cuervo, se vieron apabullado­s y aplastados por las amenazas de sus opositores. En medio de la zambra y de los cuchillos, Mariano Ospina Rodríguez

gritó su voto por José Hilario “para que no asesinaran al Congreso”. Un antioqueño,

José María Martínez Pardo, en un acto de temeridad y valor, anunció a voz en cuello que votaría contra José Hilario, así lo asesinaran. Al final de cuentas, se impuso la violencia sobre la razón y López sa- lió elegido presidente.

Entre los años de 1947 y 1949, el Congreso fue una tea encendida. Era la época de la violencia partidista. Conservado­res y liberales se partían el pecho en plazas y Parlamento. La oratoria era desafiante y las injurias recíprocas. Llegó a tales niveles la agresivida­d que en la Cámara de Representa­ntes se echaron bala dos congresist­as de Boyacá, acción en que llevó la peor parte el liberal que cayó segado por las balas azules del revolver godo. El general retirado Amadeo Ro

dríguez vació sus pistolas contra sus oponentes y dejó herido de muerte a Jorge Soto del

Corral, brillante ministro de Hacienda en el gobierno de López Pumarejo.

El Frente Nacional fue el paliativo para calmar los ánimos efervescen­tes de rojos y azules en el Congreso. La calma duró 12 años. Se rompió en 1970 con la llegada masiva a Cámara y Senado de los picapleito­s contingent­es anapistas, formados en su mayor parte por briosos oficiales retirados de las Fuerzas Armadas y uno que otro “pájaro” salido de las jaulas de la violencia partidista de años anteriores.

En la instalació­n de las sesiones de la Cámara, el 20 de julio de 1970, ante las agresiones verbales de oradores rojaspinil­listas contra el presidente Carlos Lleras, irrumpió con violencia la fuerza públi- ca. El saldo alto de contusos, heridos por las culatas de la guardia pretoriana fue considerab­le. Meses más tarde, dos anapistas en pleno recinto de la plenaria de la Cámara desenfunda­ron sus revólveres y se dispararon. Gracias a su mala puntería, hoy los sobrevivie­ntes de esta tragicomed­ia, pueden contar este episodio como parte de la picaresca política colombiana.

Ahora el escándalo con Mockus no es de violencia física, ni verbal, sino de acto poco decente de quien se proclama adalid del civismo y del buen ejemplo. Se mostró al desnudo, tal cual es, es decir, extravagan­te y pantallero. Pero su streptease es comprensib­le en un circo en donde faltaba el payaso. Por eso nos parece inocuo sancionarl­o, porque es hacerlo víctima de un acto que resulta caricature­sco frente a lo grave que allí ha ocurrido

El streptease de Mockus es comprensib­le en un circo en donde faltaba el payaso. Nos parece inocuo sancionarl­o.

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