EDITORIAL
En entrevista a EL COLOMBIANO planteó la reflexión sobre la necesidad de que el país no agobie con excesivo triunfalismo a los deportistas de alta competencia. La prensa juega papel definitivo.
“En entrevista a EL COLOMBIANO, Caterine Ibargüen planteó la reflexión sobre la necesidad de que el país no agobie con excesivo triunfalismo a los deportistas de alta competencia. La prensa juega papel definitivo”.
Colombia suele ser triunfalista y desmemoriada. Eleva a los altares a los protagonistas de algún logro científico, cultural, artístico o deportivo y luego, ese mismo país eufórico y exitista, se encarga de condenar y lapidar a aquellos héroes con ingratitud implacable y dolorosa.
Una entrevista a la gran atleta Caterine Ibargüen publicada ayer en EL COLOMBIANO sirve para plantear una reflexión obligada: que la prensa y los periodistas, y a través de ellos la sociedad, aprendan a moderar sus reacciones y valoraciones frente a los éxitos de quienes nos representan a nivel internacional. Con justicia, con equilibrio y, sobre todo, con la comprensión de que en la vida de estos personajes, en especial de los deportistas de alta competencia, se presentan altibajos normales en un rendimiento que no siempre puede estar a tope.
Caterine, que anteayer y ayer ganó sus pruebas de saltos triple y largo en la parada de la Liga de Diamante, en Zúrich, Suiza, provocó con sutileza el examen de los medios de información y del público: “Vivimos en un país que le pide perfección a la gente y los comentarios te terminan afectando, por más que uno trate de evadirlos”.
Es esa Colombia tan pasional y extremista que un año se llena la boca con los triunfos de Nairo Quintana en el Giro de Italia o la Vuelta a España, y que al siguiente, en una mala actuación forzada por problemas de salud, o incluso por un accidente como le ocurrió al corredor de Cómbita este 2018 en el Tour de Francia, es capaz de decir que ya “Nairo no es el de antes, que se aburguesó, que es mejor que se retire”...
El periodismo y los periodistas juegan un papel determinante en formar sociedades con mucha mayor racionalidad y ponderación. Son esenciales para educar una opinión pública serena, que se evite caer en ambientes de aquel triunfalismo gritón y desenfrenado, que luego es capaz de cruzar al terreno del agravio y la agresión contra quienes luchan por dejar en alto la imagen y el nombre de un país en construcción.
Caterine le describió a este diario que, debido a su campaña de 2017, por debajo de las expectativas, aunque fue subcampeona de la liga mundial (¡!), a sus sobrinas las matoneaban en el colegio y a su tía le sentenciaban que a la saltadora le había llegado la hora del retiro. Actitud durísima con una deportista que hoy, a los 34 años de edad, ha regresado a lo más alto del podio del atletismo internacional. Fue tal el trato carroñero de alguna gente con ella, que la llevaron a la depresión, a subir de peso, a dejar las prácticas y a considerar su salida del circuito mundial. Increíble.
La maduración y el crecimiento —desarrollo— de las sociedades también se miden por el grado de racionalidad con que afrontan sus procesos, y por la manera en que sus ciudadanos son capaces de interactuar con mesura en medio de los vaivenes propios de la cotidianidad. Ese temperamento latino no puede ser excusa para arrollar a quienes, en una vida de disciplina y perseverancia, hacen tanto por dar orgullo y alegría a la nación. Muchachos a los que, incluso, con frecuencia los afecta la falta de patrocinio público y privado. Muchos de ellos levantados en ambientes de austeridad y desatención.
Las palabras de Caterine Ibargüen, con su marca registrada de sonrisas y triunfos en las pistas del planeta, deben servir para que cada vez más se les prodiguen respeto y apoyo, en las buenas y en las malas, a quienes cada día se levantan a exprimir su talento y a hacer alguna proeza para llenarnos de confianza, fe y esperanza en que Colombia avanza y puede ser mejor