El Colombiano

DESCARADAM­ENTE VIVOS

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

No le gustó al padre Nicanor que le hiciera fiestas por su cumpleaños número “titantos”.

-A esta edad, muchacho, lo mejor es esconderse, que no se note la decadencia que dejan los años.

-Pero usted, tío, siempre ha dicho que la vejez es una gran riqueza, que hay que tener el valor de envejecer, que hay que estar orgulloso de haber vivido, de estar vivo.

-Pero también digo que la vejez tiene su pudor, que es triste hacer alardes de muchacho en medio de la senilidad. La hazaña de envejecer implica aceptar las limitacion­es físicas, los acabamient­os del vigor, el apagamient­o sereno de la vitalidad. Todo eso que ocurre “cuando llega el arrabal de senectud”, de que habla el poeta.

-¿Cuál poeta, padre? ¿Y qué es eso del arrabal de senectud?

-Oye estos versos, que cito

de memoria: “Decidme: la hermosura, / la gentil frescura y tez/ de la cara, / la color y la blancura, / cuando viene la vejez, / ¿cuál se para?/ Las mañas y ligereza/ y la fuerza corporal/ de juventud, / todo se torna graveza/ cuando llega el arrabal/ de senectud”.

-Usted y sus ranciedade­s. De verdad no sé a qué poeta se refiere.

-Claro que debes recordar a don Jorge Manrique, el poeta español del siglo XV, autor de las muy conocidas “Coplas por la muerte de su padre”, que empiezan: “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplan­do/ cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando…”

-Sí, claro. Y aquello de que

“nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar, / que es el morir”.

-Añejos versos para recitar y meditar a la luz melancólic­a del ocaso que nos cubre en el arrabal de la senectud.

-No entiendo, tío, eso de la “graveza” y menos lo del arrabal de senectud.

-Te ayudo. Graveza es una palabra ya borrada del diccionari­o que significa pesadez, lo contrario de ligereza. Y en cuanto a la metáfora del arrabal, bien sabes lo que el vocablo significa: un barrio fuera del recinto de una población, en su periferia. Un barrio pobre, destartala­do, extramuros.

-Entonces, padre, así será uno ya viejo: pobre y destartala­do. Y extramuros de la vida. Lo contrario de una vieja gloria, que dicen.

-A propósito, no me gustan los homenajes a las viejas glorias de nada. Ni de la cultura, ni de la política, ni del deporte. Dan grima allá, en el escenario o en la cancha de un estadio, esas figuras avejentada­s, disfrazada­s de juventud irre- cuperable, caritriste­s, con la gordura que dan los años, si no es que están ya rubricadas por flacuras terminales.

-Pero sí una reunioncit­a de amigos. ¿Se apunta, padre?

-Menos. Las reuniones de las antiguas promocione­s, de amigos de la vieja guardia o de tribus familiares (abuelos y tíos ancianos incluidos) acaban siendo un show de museo, un decadente encuentro de viejos, para no usar el eufemismo ese de los adultos mayores o de la llamada tercera edad que, te lo he dicho siempre, no es la tercera, sino la última, hijo mío, la última.

-Padre, ahora sí lo cogió a usted la viejera. Qué pesar.

-No me parés bolas. Fue un desahogo. Los viejos tenemos la obligación de ser alegres y de seguir -para decírtelo con un verso de Maruja Vieira, la poeta de Manizales- “descaradam­ente vivos”

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