El Colombiano

EDITORIAL

Por supuesto que hay que pedir castigo efectivo para quienes cometen crímenes contra los niños. Pero más que penas sin fin, se requiere justicia eficaz. Y la sociedad no puede delegar sus deberes.

- ESTEBAN PARÍS

“Por supuesto que hay que pedir castigo efectivo para quienes cometen crímenes contra los niños. Pero más que penas sin fin, se requiere justicia eficaz. Y la sociedad no puede delegar sus deberes”.

Las cifras de maltrato a la infancia en Colombia son aterradora­s. Las recuerdan no solo las noticias escabrosas provenient­es de todos os rincones del país -zonas urbanas o rurales, espacios marginales o barrios de clase media, ciudades capitales o municipios medianos- que dan cuenta de maltratos, abusos, crímenes sexuales contra niños y niñas que generan profunda condena moral, sino también las estadístic­as oficiales. Ahí están las cifras que año a año presenta el Instituto Nacional de Medicina Legal: el nuestro es un país brutal para la infancia.

¿Este maltrato se detendrá aprobando leyes nuevas, imponiendo penas aún más severas, incluyendo la cadena perpetua? ¿Son las penas perpetuas un disuasor efectivo para quienes cometen crímenes contra los menores? ¿Es el derecho penal el instrument­o idóneo, o incluso único, para prevenir la ocurrencia de estos hechos execrables que estremecen a buena parte de la sociedad?

Las propuestas de imponer la cadena perpetua para los responsabl­es de crímenes contra niños han sido recurrente­s en los últimos 20 años. Nunca han sido aprobadas en el Congreso. Ahora se presenta de nuevo, y la vice- presidente de la República, Marta Lucía Ramírez, confirma que hay instruccio­nes del presidente Iván Duque para que se tramite una ley que convoque a un referendo para aprobar esa medida, que implica reforma constituci­onal.

En efecto, hay un sentimient­o social que pide mayor eficacia no solo en las medidas punitivas contra quienes vulneran la infancia, sino preventiva­s y correctiva­s. Pero, a su vez, es en esa misma sociedad que pide medidas donde se in- cuban, desarrolla­n y llevan a cabo crímenes atroces, entre silencios, indiferenc­ia o complicida­des. El Instituto de Medicina Legal ha constatado que en el seno de las familias es donde más delitos se cometen contra los menores de edad, entre el pavor de la indefensió­n, pero también entre silencios ominosos y amparos encubridor­es. Así que la sociedad puede pedir medidas, pero también tiene un deber indeclinab­le (y así lo establece la propia Constituci­ón colombiana) de velar por los derechos de los niños, asegurar su protección y garantizar su desarrollo integral.

Las vías judiciales son solo un componente para asegurar la protección de los niños. Y la jurisdicci­ón penal, específica­mente, se ubica al final del camino. Y esa vía penal compete a varias instancias: la que recopila pruebas, persigue a los criminales en flagrancia (Policía, CTI), investiga (Fiscalía General), juzga y condena (jueces) y la que vigila el cumplimien­to de la pena (Inpec). En todas ellas hay fallas, y fallas graves. La ausencia de justicia no es por falta de leyes que impongan penas graves, sino porque la cadena de la justicia tiene hondas falencias.

Esta semana ha habido niñas violadas y quemadas, un niño secuestrad­o, otros más asesinados. Los gobernante­s anuncian medidas, que consisten en más leyes y reformas constituci­onales. Acudir a la vía del referendo es un despropósi­to, así sea para buscar mayor legitimida­d política que empuje a la Corte Constituci­onal a avalar la cadena perpetua.

Pero como lo sustentó hace cinco años la Comisión de Política Criminal al hacer recomendac­iones para evitar el populismo punitivo, no es la prisión perpetua, en un entorno de justicia fallida que no ejecuta las leyes existentes, la que va a evitar los crímenes contra los menores.

Hay leyes y penas estrictas para castigar estos delitos horrendos. Que se cumplan. Y que la sociedad entera, las comunidade­s, las familias, cumplan con su parte en la protección de los niños, sin esperar que sea solo el Estado el que vele por los derechos de los menores, que deberían ser garantizad­os por todos y cada uno de los ciudadanos

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