SOBRE COLOMBIA CAFETERA
Estación Qué Nos Pasó, a la que llegan otras preguntas, incertidumbres, proyectos que nunca se llevaron a cabo, cuadernos incompletos, decisiones que detuvieron procesos, descalabros financieros, falta de visión política, malos entendimientos del continuismo, desprecios por el conocimiento, profetas de la desesperanza, intereses particulares, educación fragmentada, malos asesores y consultores, teorías de la conspiración, gente que no se entera de nada y por eso delira, etc. Y en ese juego de ojos abiertos, entrecerrados y cerrados (lo que incluye también orejas e incomodidades en la lengua), aparece el tiempo con referencia al pasado, a lo que se pudo hacer y no se hizo, a los momentos de lucidez que fueron opacados y otro etcétera. Como dice el refrán, de nada vale llorar sobre la leche derramada, a no ser entender por qué se regó y en qué contenido, admitir que se regó y buscar la manera para que el asunto no pase de nuevo. O a que pase, si el derrame fue benefactor, como sucede cuando la leche se riega sobre fresas o por encima de una torta.
Por estos días, la Biblioteca del Banco de la República, puso a circular de nuevo el libro de Colombia Cafetera, de Diego
Monsalve, un ingeniero agrónomo y de minas, publicado en 1927 y pensado para desarrollar al país a partir del control de las finanzas públicas, la construcción de infraestructuras férreas (trenes y tranvías), fluviales (puertos, barcos, planchones, ferry), aeronáuticas y de caminos, todo con los planos debidos, la propuesta de inversión acertada y un eje central, el café, que operaría como un clúster (racimo) de la industrialización, la cultura y la educación dirigida a formar ciudadanos y crear conocimiento. Regresa el libro y ojalá no pase como antes, cuando solo quedaron unos ejemplares para uso de pocos estudiosos y festín de las polillas, que por aquí se crían bien y engordan.
Frente a este libro, las preguntas desembocan en una. ¿No hemos sido capaces de entender el desarrollo?
Desde el siglo XIX y comienzos del XX, muchos colombianos se dieron a la tarea de ver el país y encontrarle viabilidad. Se escribieron libros de geografía ( Manuel Uribe Ángel), se discutió el desarrollo civil y político entre liberales y conservadores progresistas, apare- cieron propuestas sobre el uso necesario del tren (Pedro Justo Berrío) y la tecnología (Pascual Bravo), se buscó la modernización de las ciudades ( Carlos E.
Restrepo), en fin, se veían todas las posibilidades de construir. Pero de repente (como se moría la gente antes) todo hizo pluf y ahí vamos, hundiéndonos y sin deshacer los pasos.
Acotación: conversando con el ingeniero eléctrico An
drés Emiro Díez, profesor-investigador de la UPB (muy involucrado con el transporte eléctrico), hablábamos del libro de Diego Monsalve, Colombia Cafetera. Y nos hacíamos preguntas sobre la razón anterior y la sinrazón de hoy. Y es que algo nos pasa. Ya se sabe, la contaminación oxida ■
Frente a este libro (Colombia Cafetera), las preguntas desembocan en una. ¿No hemos sido capaces de entender el desarrollo?