QUÉ DEBERÍA DECIRSE, PUES
No es justificable que se *lance la conclusión de que en Antioquia y Medellín habría una suerte de conspiración para tapar la realidad sobre la calamidad de Hidroituango.
No es justificable que, por ligereza, por superficialidad o quizás para congraciarse con algún sector intencionado de la política o de la farándula capitalina, se *lance la conclusión de que en Antioquia y Medellín habría una suerte de conspiración para tapar la realidad sobre la calamidad de Hidroituango y sus desastrosas circunstancias y consecuencias, porque se afectaría la imagen innovadora y transformadora de los paisas y se le inferiría daño al orgullo tradicional de los antioqueños.
La información sobre ese desastre colosal ha sido continua, persistente, abundante y exhaustiva. Periódicos, noticieros, revistas y portales han sido constantes e insistentes en la difusión de datos, conceptos y posiciones diversos sobre la grave tragedia de ingeniería. Desde los despachos oficiales, tanto gobernación y alcaldía como EPM, incluso desde los de Bogo- tá, el manejo informativo ha sido continuo, así exhiba imperfecciones comprensibles.
Para buenos entendedores, no hay ningún misterio. Formarse un criterio sobre qué y por qué pasó y estimar la magnitud tremenda del daño, no requiere un ejercicio portentoso. Claro que lo sucedido no puede acreditar a quienes hayan sido responsables. Tarde o temprano y en la medida en que en esta región y este país avance la fuerza incontenible de la desocultación de las verdades, es obvio que nadie pueda represar la información con sus detalles.
Pero todo ha de llegar en el momento oportuno, a su hora debida. Y no es atinado ni es justo que a los periodistas regionales se les atribuya el cargo generalizador de que han obrado con negligencia, indiferencia, indolencia o ánimo soterrado de cubrir los hechos con un manto de silencio en favor o en contra de algún grupo de presión o en obedecimiento de consignas sombrías.
Los errores técnicos y financieros, el afán y la imprevisión y las consiguientes irresponsabilidades, son cuestiones que no se quedarán enterradas. Y así como es inaceptable un aprovechamiento oportunista para volver a condenar a “los medios”, como si formaran un bloque monolítico, tampoco es útil la polémica a los cuatro vientos entre Gobernador, Alcalde, Gerente y demás funcionarios por el uso disparatado del polígrafo, por la divulgación de veredictos condenatorios anticipados y demás incidentes que hacen del desastre un espectáculo vergonzoso e imprudente.
Un árbitro superior, por ejemplo el Presidente de la República, bien podría mediar en esa controversia y encuadrar el asunto en los términos e instancias razonables. Mientras tanto, que avancen la prevención, la protección y el resarcimiento de millares de damnificados de los pueblos vecinos al centro del desastre, que siga informándose con intensidad e interés periodístico por la búsqueda honorable de la verdad y con el máximo posible de precisión. Eso sí, los neoinquisidores del periodismo no son los llamados a dictaminar qué debería decirse, pues