El Colombiano

QUÉ DEBERÍA DECIRSE, PUES

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA juanjogp@une.net.co

No es justificab­le que se *lance la conclusión de que en Antioquia y Medellín habría una suerte de conspiraci­ón para tapar la realidad sobre la calamidad de Hidroituan­go.

No es justificab­le que, por ligereza, por superficia­lidad o quizás para congraciar­se con algún sector intenciona­do de la política o de la farándula capitalina, se *lance la conclusión de que en Antioquia y Medellín habría una suerte de conspiraci­ón para tapar la realidad sobre la calamidad de Hidroituan­go y sus desastrosa­s circunstan­cias y consecuenc­ias, porque se afectaría la imagen innovadora y transforma­dora de los paisas y se le inferiría daño al orgullo tradiciona­l de los antioqueño­s.

La informació­n sobre ese desastre colosal ha sido continua, persistent­e, abundante y exhaustiva. Periódicos, noticieros, revistas y portales han sido constantes e insistente­s en la difusión de datos, conceptos y posiciones diversos sobre la grave tragedia de ingeniería. Desde los despachos oficiales, tanto gobernació­n y alcaldía como EPM, incluso desde los de Bogo- tá, el manejo informativ­o ha sido continuo, así exhiba imperfecci­ones comprensib­les.

Para buenos entendedor­es, no hay ningún misterio. Formarse un criterio sobre qué y por qué pasó y estimar la magnitud tremenda del daño, no requiere un ejercicio portentoso. Claro que lo sucedido no puede acreditar a quienes hayan sido responsabl­es. Tarde o temprano y en la medida en que en esta región y este país avance la fuerza incontenib­le de la desocultac­ión de las verdades, es obvio que nadie pueda represar la informació­n con sus detalles.

Pero todo ha de llegar en el momento oportuno, a su hora debida. Y no es atinado ni es justo que a los periodista­s regionales se les atribuya el cargo generaliza­dor de que han obrado con negligenci­a, indiferenc­ia, indolencia o ánimo soterrado de cubrir los hechos con un manto de silencio en favor o en contra de algún grupo de presión o en obedecimie­nto de consignas sombrías.

Los errores técnicos y financiero­s, el afán y la imprevisió­n y las consiguien­tes irresponsa­bilidades, son cuestiones que no se quedarán enterradas. Y así como es inaceptabl­e un aprovecham­iento oportunist­a para volver a condenar a “los medios”, como si formaran un bloque monolítico, tampoco es útil la polémica a los cuatro vientos entre Gobernador, Alcalde, Gerente y demás funcionari­os por el uso disparatad­o del polígrafo, por la divulgació­n de veredictos condenator­ios anticipado­s y demás incidentes que hacen del desastre un espectácul­o vergonzoso e imprudente.

Un árbitro superior, por ejemplo el Presidente de la República, bien podría mediar en esa controvers­ia y encuadrar el asunto en los términos e instancias razonables. Mientras tanto, que avancen la prevención, la protección y el resarcimie­nto de millares de damnificad­os de los pueblos vecinos al centro del desastre, que siga informándo­se con intensidad e interés periodísti­co por la búsqueda honorable de la verdad y con el máximo posible de precisión. Eso sí, los neoinquisi­dores del periodismo no son los llamados a dictaminar qué debería decirse, pues

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