El Colombiano

Dicen en Aruba al dar la bienvenida

Un destino de singular belleza que logra convocar a viajeros de múltiples intereses.

- BEATRIZ MESA MEJÍA

Aruba es una tentación para los sentidos. En el recuerdo, uno la sueña en tonalidade­s azules. El mar suave invita a sumergirse en él, a jugar con las olas que por momentos se alzan.

“Bombini”, saludan al visitante quienes viven allí, en esta tierra tranquila, en la que se habla inglés, holandés, español y papiamento, idiomas que se aprenden en familia y desde la escuela.

En este país que pertenece a Holanda, aunque goza de autonomía, sus habitantes sonríen fácilmente y responden de manera cordial cuando el turista les pregunta algo. Ellos son consciente­s de que la isla vive de los miles de visitantes que año tras año llegan hasta allí. En sus 193 kilómetros hay unos 125.000 habitantes, de los cuales el 12 por ciento son de origen colombiano. Tiene una alta población fluctuante por el número de turistas reunidos en una cifra que puede sumar el millón al año. La mayoría llega en avión, y se queda entre cuatro y cinco días, y están los cruceros que anclan en su puerto, con un visitante veloz, de apenas horas, que trata de abarcar lo que más puede con sus ojos.

La naturaleza premió a esta isla del Caribe con su eterno verano, matizado por la frescura de sus vientos alisios, y por sus playas blancas, de arena delicada. En su tierra seca sobresale el cultivo de la penca de sábila o aloe vera, que comenzó a finales del siglo XIX. Gracias a sus propiedade­s, la isla es líder en la industria cosmética, pues es ideal para preparar jabones, cremas, aceites, protectore­s solares para consumo interno y para la exportació­n.

La tierra exige riego y extremo cuidado en la siembra de hortalizas. Por tanto, los cultivos apenas logran abastecer a un mínimo de residentes y parte del servicio de hotelería y restaurant­es. Lo demás debe importarse.

Gracias a su planta desalinisa­dora la isla tiene agua potable, lo que es motivo de orgullo para los residentes. Las playas son su mayor atractivo. Hay también turismo de buceo y de bodas y en los últimos años se ha consolidad­o el de bienestar.

Además, a lo largo del año, Aruba ofrece un amplio calendario de eventos que convocan a miles de visitantes, especialme­nte de Estados Unidos y poblacione­s vecinas, entre ellos está el Caribbean Sea Jazz Festival: imperdible en septiembre. Y al que asistimos. Cinco ideas para que se antoje de este lugar Visitar el Parque Nacional Arikok, que ocupa alrededor del 20 % de Aruba, es propicio para el viajero que desea acción. Este es un paseo que se hace en jeep, al comando de guías como

que hablan con pasión. A unos tres kilómetros de la entrada está una piscina natural llamada a la que se accede atravesand­o tierras desérticas que muestran las difíciles condicione­s del terreno, y en las cuales habita una rica fauna, escondida del sol entre sus cactus. Las olas pegan fuertes contra las playas agrestes de formacione­s rocosas y piedra caliza. Este es uno de los tesoros, una reserva que se cuida por su ecosistema. Para continuar se puede visitar un puente natural sobre el mar, que se protege con esmero, pues hace algunos años existió otro, un poco más grande y aledaño, que se cayó de manera sorpresiva. Están igual las ruinas de Bushiriban­a donde antes se procesó el oro de sus minas. En el siglo XIX se levantó esta barrera para engañar a los posibles invasores animados por la existencia del metal precioso, que fue vital para la economía de la isla, así como su refinería. Cuando bajó su producción, impulsó el turismo, convirtién­dose en una industria millonaria.

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