EL CANTANTE
La segunda vuelta presidencial enloqueció la brújula de algunos editores: la fusión entre las noticias políticas y de farándula desdibujó el norte de la jerarquización informativa. Desde el momento en que
Iván Duque sacó la guitarra y convirtió los talleres Construyendo país en una especie de Show de las estrellas, es difícil advertir el rumbo.
En el Foro Internacional de Microempresas, el presidente le lanzó un anzuelo a
Carlos Vives: “Yo creo que todos los que estamos acá algún día quisiéramos verlo a usted como alcalde de Santa Marta”.
El artista se cubrió la cara con una mano, mientras negaba con la cabeza agachada.
Sin mayor consciencia de su acto –político en sí mismo– , Vives la cantó: “No aspiro a más nada, porque no sé hacer nada, no estoy preparado ni siquiera para la administración de mis cosas, mucho menos para la administración de las cosas de todos ustedes. Necesitamos gente seria en eso”. “Gente seria”. Esta anécdota, aparentemente banal, es el retrato del país actual: Duque no le llevó a Vives saludes de Uribe, ni le dijo que “lo quiere mucho”. Tampoco le regaló una camiseta de la Selección Colombia como al Papa. Ni hizo cabecitas con el balón en Pescaíto.
Estas puestas en escena suelen dar risa, pero su frecuencia comienza a preocupar. No solo se trata de “reemplazar el vivir por el representar, hacer de la vida una espectadora de si misma”, como destaca Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo:
es el nutrirse del éxito ajeno, el parasitismo como forma de hacer política.
A mediados de 2016, cuando Donald Trump entró en el escenario de la Convención Nacional Republicana, retumbaron las notas de un himno universal: “We are the champions”. De inmediato, Brian May, guitarrista de Queen, reclamó públicamente contra el parasitismo político, por el uso no autorizado de la canción.
¿Para qué urnas si tenemos “Los 40 principales”? Si fuera por el cariño callejero, proba-
blemente los anfitriones de la Casa de Nariño serían Rigo, Shakira, Nairo, Vives. Juanes.
¡Catherine Ibargüen!
El activismo social y político del ciudadano Carlos Alberto Vives Restrepo está en su iniciativa Tras la perla. En algunas de sus canciones (como
La mujer en la ventana). En mostrar otra Colombia ante el mundo (que cada quien juzgue como quiera la calidad de su obra). Lo demás es coincidencia: que si nació en una fecha patria, en una familia que ha incursionado en la política, en una ciudad golpeada por la incompetencia y corrupción en el servicio público.
No contento con el mensaje de “los ungidos y sin experiencia en administración pública también podemos llegar al poder”, Duque continuó el show: le pidió a Vives que entonara su declaración de amor al Unión Magdalena. “Él se va y se va, él se va a pescar con su canalete, se va vistiendo de inmensidad”.
Música y política siempre serán el andamiaje del inconsciente nacional: el presidente se unió al coro. Sopló el ciclón politiquero.
Apenas vamos en los teloneros, todavía quedan tres años y nueve meses del cantante: a este ritmo, su concierto se perfila como el más costoso de nuestra historia (y no precisamente por el cobro de IVA en taquillas).
Mientras tanto, El Patrón se dedica a lo que mejor sabe hacer